UNO DE LOS PASATIEMPOS que yo más disfruto es el de los espectáculos.
Cuando estoy frente a un escenario no simplemente veo a un artista, admiro sus talentos, disfruto su arte y el ambiente de las luces y sonidos me pone en un éxtasis que me eleva sin necesidad de maltratar mi cerebro con agentes extraños.
El sábado pasado me fui a ver a Paul Rodríaguez a la bonita, pero escondida ciudad de Brooks, aquí en Califas, a una hora y media de mi bellísima San Rafael. Este comediante mexicoamericano de veras me pasa porque además de haber comenzado de la nada, como un lavacarros en Los Angeles, hoy día es el comediante de origen hispano de más prestigio en Estados Unidos gracias a su innato arte de hacer reír.
Rodríguez ha roto la barrera cultural en este país, lo mismo se le ve codeándose con artistas gringos de la talla de Jay Lenno, David Letterman y Robin Williams, como otros hispanos célebres como Carlos Santana (mi vecino en San Rafael) y Edwar James Olmos.
Pero la mejor gracia que tiene Rodríguez es que no guarda sus millones de dólares en el banco y santas pascuas. El comparte su dinero con innumerables caridades en todo el mundo, viaja a distintos países a alegrar con su arte a soldados en Iraq o enfermos de SIDA en Nueva York. Es el único comediante que por años ha donado su tiempo y su talento para entretener a convictos en distintas penitenciarías en Estados Unidos.
En otras palabras, Paul Rodríguez ejungran cojajeria.
Cuando estoy frente a un escenario no simplemente veo a un artista, admiro sus talentos, disfruto su arte y el ambiente de las luces y sonidos me pone en un éxtasis que me eleva sin necesidad de maltratar mi cerebro con agentes extraños.
Pero son espectáculos populares los que yo disfruto; dada mi extracción puramente proletaria de la que me siento orgulloso, no tengo la cultura de las orquestas sinfónicas, las óperas y la música clásica (aunque el 4 de noviembre voy a ir a ver un concierto de la Orquesta Sinfónica de Marín County que ejecutará música de Beethoven y Musart, ojalá que no me saquen por los ronquidos.)
El sábado pasado me fui a ver a Paul Rodríaguez a la bonita, pero escondida ciudad de Brooks, aquí en Califas, a una hora y media de mi bellísima San Rafael. Este comediante mexicoamericano de veras me pasa porque además de haber comenzado de la nada, como un lavacarros en Los Angeles, hoy día es el comediante de origen hispano de más prestigio en Estados Unidos gracias a su innato arte de hacer reír.
Rodríguez ha roto la barrera cultural en este país, lo mismo se le ve codeándose con artistas gringos de la talla de Jay Lenno, David Letterman y Robin Williams, como otros hispanos célebres como Carlos Santana (mi vecino en San Rafael) y Edwar James Olmos.
Pero la mejor gracia que tiene Rodríguez es que no guarda sus millones de dólares en el banco y santas pascuas. El comparte su dinero con innumerables caridades en todo el mundo, viaja a distintos países a alegrar con su arte a soldados en Iraq o enfermos de SIDA en Nueva York. Es el único comediante que por años ha donado su tiempo y su talento para entretener a convictos en distintas penitenciarías en Estados Unidos.
En otras palabras, Paul Rodríguez ejungran cojajeria.
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