miércoles, octubre 01, 2008

EL DESVELO

Cuando menos lo pensaba se me apareció el medio día rubio como siempre. No había dormido muy bien la noche anterior y los pensamientos merodeaban en mi mente como cajitas de pandora en pinganilla. El caso fue que de no dormir me di en pensar cosas extrañas, tales como por qué a los zancudos no les gusta mi sangre. No importa si duermo vestido, con pijama o en pelota, los malditos zancudos no me pican ni por la gran puta.

Cosa extraña porque en los sesenta esos hijos de puta de veras que me quitaron la vida (aún recuerdo vívidamente aquellas noches perras en el Pimental, cuando hasta enterrado en la arena a la orilla de la playa, se las arreglaban para picarme), y hoy no me pican, pero eso sí, joden, joden y joden con ese su zumbido remaldito que aprendieron en los días que pasaron en el infierno.

Yo creo que lo que pasó fue que me inmunizaron en los sesenta y ahora se ha transmitido de generación en generación, zancudo tras zancudo, la enseñanza de no picar al tal Alfredo.

Bueno, pero siguiendo con mi relato, como no pude dormir anoche, mi mente voló hasta los confines del universo, allí donde ni las aguilas se atreven, allí donde se caga hasta el más macho, y precisamente en ese lugar, en lo más increíble de la vida misma...

Vi la sombra de aquel beso
que le di a aquella muchacha
en el parqueo de un Drive Inn
en le Boulevard de Los Héroes
(Sí, la que me dijo
que sólo me iba a
dar uno
para que dejara de joder,
y después ya no me quería soltar,
cosas de la vida tú sabes...),
y sentado en la orilla del universo
acaricié su pelo de seda
y su piel de terciopelo,
y cuál no sería mi sorpresa
que cuando regresé,
ya me había dormido...
con la esperanza
de que un día volvería a verla
a ella, a ella...


A ella que me dio ánimo
de seguir siendo hombre

por el resto de mis días,
a ella que cubrió sus ojos de llanto
cuando supo la verdad
y prefirió irse lejos.
A ella que engañé de nuevo
cuando me apostó
a que no volvería
porque
un ciego no pasa dos veces
por el mismo lugar
y perdió
porque volvió
y la engañé
otra vez
y otra y otra.


Me estoy acordando de
aquel baboso
al que apodábamos la Pulga

(ya no me acuerdo
cómo se llamaba,
sólo sé que era
hermano de la Rina,
y que se murió de bolo
y que no tuvo dos oportunidades
porque se murió de bolo,
si, no es un error,
se murió de bolo
pero tenía derecho
a morirse de bolo...)

Un pensamiento dedicado
a su presencia por el mundo
no le cae tan mal
no importa dónde esté olvidado,
como el beso que le di
a aquella muchacha
en un Drive Inn
del Boulevard de Los Héroes...

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