Quizás no era el momento oportuno para la realización de la operación, pero de todas formas entró el hombre en el quirófano del mejór hospital del pueblo. Callado, con mirada sombría como presintiendo lo peor, se acercó con paso leve a la entrada. Le dio un beso apenas perceptible a su mujer, y sus cuatro hijos lo veían con ojos patéticos. La hija mayor sollozaba como queriendo detener el llanto para no causarle más penas al enfermo.
Cuando la puerta se cerró tras él todos explotaron en llanto. Se abrazaron para sentir el apoyo de manera directa y de pronto sintieron que eran amigos de Dios a quien le pedían que les hiciera el milagro del regresarles sano y salvo de la operación, al padre, esposo y abuelo que a partir de ese momento quedaba en sus manos y en las manos de los médicos que, a propósito, habían sido cuidadosamente seleccionados de entre los mejores de la comarca.
Lo que pasaba en el interior del quirófano era algo más allá de las fuerzas y voluntades de los familiares. Los médicos se esmeraron en aplicar lo mejor de sus habilidades y conocimientos. La enfermedad había sido detectada muy a "distiempo", era quince años antes que la debieron haber tratado. Por la mente de alguno de ellos pasó de forma esporádica que quizás estaban robándole dinero a la familia o, en el mejor de los casos, vendiendoles una esperanza que, a todas luces, nunca materializaría.
Los minutos se volvieron horas interminables, la ansiedad crecía en forma proporcinal con el tiempo que pasaba. Aunque no habían comido en todo el día, ni dormido la noche anterior, nadie sentía hambre ni sueño; ya vendría mejor tiempo para hacerlo, por de pronto era aquel hombre y su salvación lo que dominaba los pensamientos.
Cuando por la madrugada salió el primer médico con la cara desencajada por el exceso de trabajo y el fatal resultado, ya no fue necesario que hablara. Su mirada y su gesto de frustración fue más elocuente que el discurso prefabricado que estaba acostumbrado a decir cada vez que esta circunstancia se le presentaba.
La familia se ahogó en llanto y el enterrador hizo de nuevo su trabajo.
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