martes, abril 17, 2007

LA COMPLEJIDAD LINGUISTICA DE NUEVA YORK

La complejidad lingüística
de Nueva York 1
Tanto el ciudadano de Nueva York como el turista que, de paso, recorre las calles y avenidas de la gran metrópolis norteamericana se ven expuestos a un sinfín de lenguas. El plurilingüismo neoyorquino no es el simple resultado de la convergencia circunstancial en la isla de Manhattan y los condados aledaños (Bronx, Brooklyn, Staten Island y Queens) de inmigrantes de todo el mundo. La coexistencia de tantas maneras de hablar es además el fiel reflejo de la complejidad de esta urbe, de sus contradicciones, de su problemática articulación social y cultural, e incluso de las obscenas desigualdades que genera el capitalismo desaforado.


Por José del Valle

La complejidad lingüística de esta inmensa ciudad se presta, desde luego, a interpretaciones apocalípticas y a la reproducción de mitos babélicos, que presentan la diversidad de voces como índice incuestionable de un supuesto caos cultural y de un temido desorden social. Pero cualquier observador astuto con valor para adentrarse en las trincheras de la vida neoyorquina notará que el plurilingüismo es, en definitiva, un modus vivendi, una forma de experimentar lo cotidiano, un modelo de relaciones humanas. Y no sólo eso: a través de la ventana del lenguaje se nos presenta un enrevesado panorama de las relaciones económicas, étnicas y sociales de la ciudad.


En la actualidad, hay en Nueva York unas cincuenta lenguas, además del inglés, habladas por más de mil almas. Según los datos del censo de población de 1990 (reproducidos en García 1997:9), las lenguas con un número de hablantes superior a los 40.000 (de nuevo, dejando el inglés al margen) son, en orden descendente, el español, el chino, el italiano, el francés, el yidis, el ruso, el coreano, el griego, el alemán, el polaco, el criollo haitiano y el hebreo. De entre las que cuentan con un más modesto pero no desdeñable número de hablantes (entre mil y dos mil) se pueden señalar el sueco, el tamil, el lituano, el indonesio, el amhárico, el finlandés y el suajili. El cuadro 1 refleja los datos del censo de 1990 sobre número de hablantes del primer grupo de lenguas, así como los porcentajes que representan sobre el total de la población neoyorquina.

Cuadro 1

Español

1.486.815

20,42%

Chino

211.447

2,91%

Italiano

202.538

2,78%

Francés

105.756

1,45%

Yidis

93.529

1,28%

Ruso

65.895

0,91%

Coreano

62.671

0,86%

Griego

55.461

0,76%

Alemán

49.271

0,68%

Polaco

47.557

0,65%

Criollo haitiano

43.660

0,60%

Hebreo

40.044

0,56%

(Fuente: García 1997:9)

De todos es sabido que la constitución estadounidense guarda silencio en cuanto al establecimiento de una lengua oficial para la nación, y bien conocida es también la presencia, a lo largo de los dos últimos siglos, de movimientos cívicos y políticos empeñados en la declaración del inglés como lengua oficial de los Estados Unidos (Baron 1990). La organización que en las últimas décadas del siglo xx ha enarbolado con mayor entusiasmo la bandera de la oficialización del inglés es U.S. English, Inc., fundada en 1981 por el senador Hayakawa y presidida en la actualidad por Mario Mugica. Si bien hasta la fecha han fracasado las campañas de esta organización para hacer del inglés la lengua oficial a nivel federal (por medio de la introducción de las enmiendas correspondientes a la constitución), no hay que perder de vista que veinticinco de los cincuenta estados de la Unión cuentan ya con leyes que establecen la oficialidad del inglés .

Nueva York pertenece, sin embargo, al 50 % de estados que no se han subido al carro de la oficialización, y esta resistencia puede en parte deberse a la naturalidad con que se vive el plurilingüismo en el buque insignia del estado, en New York City. En esta ciudad, a cualquier visitante le resulta evidente que se encuentra en un espacio plurilingüe. Y no sólo por la variedad de lenguas que se oyen por sus calles y por la visibilidad de anuncios y carteles de diversa índole en español, chino o italiano, sino también por la posibilidad de utilizar una multiplicidad de lenguas en dominios formales o semiformales y oficiales o semioficiales. Veamos algunos ejemplos.

La ceremonia nupcial puede realizarse en unas dos docenas de lenguas; se puede asistir a una misa católica en más de veinte; se pueden oír programas de radio en más de cuarenta y de televisión en más de quince; se pueden leer periódicos publicados en la ciudad en más de diez lenguas, además de los que llegan del extranjero; e incluso en las relaciones con diversas oficinas municipales, se pueden obtener servicios de interpretación en sesenta y cuatro lenguas (García 1997:5-6).

No dejaremos de resaltar tampoco que, a la configuración de este complejo mosaico idiomático, contribuye intensamente el sector empresarial. Las múltiples compañías aquí afincadas y los comercios que abarrotan las calles dan visibilidad, y quizás incluso promocionan, el plurilingüismo, pues ante la promesa del beneficio económico no dudan en utilizar la lengua que sea y como sea con el fin de (parafraseando a Ofelia García) cautivar el corazón y la cartera de aquellos que poseen poder adquisitivo suficiente.

No sólo las empresas se han visto obligadas a responder al plurilingüismo de la ciudadanía neoyorquina. Tal como se adelantó arriba, numerosas oficinas municipales ofrecen servicios que responden a la existencia de ciudadanos que no hablan inglés. En el año 1989 se revisó el cuerpo de leyes que rigen la vida municipal, y en esta revisión se creó la Mayor’s Office of Language Services (Oficina de Servicios Lingüísticos de la Alcaldía) con el objeto de salvar las barreras idiomáticas que puedan entorpecer el correcto y eficiente funcionamiento de las instituciones, poner en peligro a los ciudadanos o causar tensiones innecesarias (García 1997:34). Como ejemplo del amplio desarrollo de políticas plurilingües se puede mencionar alguna de las medidas adoptadas en el campo de la sanidad. Las salas de urgencias de los hospitales, cuya clientela incluye un porcentaje dado de hablantes de una determinada lengua, deben proporcionar servicios de interpretación. El mismo fenómeno se ha producido en los cuerpos de seguridad dependientes del ayuntamiento. Desde el año 1982, la Policía de Nueva York viene contratando recepcionistas con capacidad para funcionar como intérpretes y, en la actualidad, mantiene un mínimo de tres hispanohablantes entre los operadores que responden a las llamadas al número de emergencia 911. El cuerpo judicial no se ha quedado atrás y, tanto en casos criminales como civiles, se reconoce el derecho de todo acusado a recibir la asistencia de un intérprete (García 1997:37-38). En suma, el funcionamiento de la industria, del comercio y de las instituciones de gobierno local implica un reconocimiento de hecho del plurilingüismo neoyorquino.

Pero a pesar de la existencia de medidas como las citadas, que constatan el carácter heterogéneo de la configuración lingüística de la ciudad, conviene advertir que la actitud que las alimenta es profundamente pragmática y que no tiene que traducirse necesariamente (y de hecho no se traduce) en el desarrollo de una política de promoción del pluralismo idiomático. Tal como ha señalado Ofelia García, desde las instituciones locales no se valora y estimula activamente el plurilingüismo, sino que, ante la diversidad lingüística de hecho, se adoptan medidas que permitan, en la medida de lo posible, el normal funcionamiento de la ciudad.

No conviene, por lo tanto, romantizar en exceso el plurilingüismo neoyorquino. De hecho, la cabal descripción de la configuración lingüística de la ciudad pasa por la identificación de la presencia de dos tendencias opuestas. Nos encontramos, por un lado, con la alta cotización en la Gran Manzana de la cultura de la diversidad, que genera —al menos en ciertos círculos— un clima de tolerancia hacia los hablantes de lenguas distintas del inglés; nos encontramos también con la constante llegada de nuevos inmigrantes, y con la formación de enclaves étnicos donde se conservan las costumbres y señas de identidad de la comunidad de origen —entre ellas, la lengua—; y, desgraciadamente, nos topamos con la segregación socioeconómica —y, consecuentemente lingüística— a que a veces estos grupos se ven sometidos. Todos estos fenómenos dan, qué duda cabe, una impronta diversificadora a la dinámica social neoyorquina.

Pero a esta tendencia hacia la heterogeneidad se opone la presión homogeneizante de la sociedad norteamericana en su conjunto. Es cierto que Nueva York constituye un universo en sí misma y que la diversidad es elemento esencial de la cultura de esta urbe, pero también es verdad que la ciudad del Hudson está inserta en el entramado social estadounidense y que no puede sustraerse a las ideologías culturales dominantes a nivel nacional. La ya mencionada organización U.S. English, Inc. es un claro ejemplo de la articulación política y social de esta ideología, promotora de un sistema de valores y comportamientos homogéneos que garanticen la lealtad a la nación norteamericana. La presión homogeneizante no es un hecho ni nuevo ni exclusivamente estadounidense; este fenómeno ha sido un elemento integral de la vida cultural y política de toda nación-estado, al menos en los últimos dos siglos, y las naciones del llamado mundo hispánico —y muy especialmente España— conocen bien las consecuencias de su implantación en múltiples dimensiones de la vida de un país. Pero actualmente, en los Estados Unidos, tal como señalaba acertadamente Amparo Morales en el Anuario del Instituto Cervantes 1999 (Morales 1999:241, esta actitud parece haber adquirido especial prominencia. El creciente número de hispanos, tanto inmigrantes como estadounidenses, ha sembrado la preocupación entre importantes sectores de la población anglófona demográfica y socioeconómicamente dominante, que, preocupados por las consecuencias que el crecimiento de la población hispana puede tener para sus oportunidades de trabajo, crean un discurso público generador de una actitud de rechazo hacia el extranjero. No se debe confundir —y se hace con demasiada frecuencia y con funestas consecuencias— la popularidad de ciertos hispanos (como Andy García, Emilio Estévez, Gloria Stephan, Jennifer López o Ricky Martin) y su triunfo en el mundo del espectáculo o de la política con un cambio de actitud generalizado hacia la población hispana en su conjunto, que le permita librarse de los estigmas sociales y la discriminación económica que soporta. La población hispana en los Estados Unidos y en Nueva York constituye una minoría etnolingüística, y como tal tiene acceso limitado a las posiciones de poder desde las que se rigen los destinos de la nación. A pesar de ser los hispanos el grupo minoritario que crece a un ritmo más rápido, no se debe dejar de señalar que no son sólo éstos los que sufren este tipo de presión: las iras de los anglohablantes preocupados por la integridad lingüístico-cultural de su nación se dirigen contra toda comunidad cuyo posible ascenso económico y cultura diferencial puedan amenazar el proyecto de construcción de una Arcadia blanca (o blanqueada) y anglófona. En resumen, en la sociedad estadounidense y, por lo tanto, en la neoyorquina, la lengua inglesa y la cultura con ella asociada ocupan una posición hegemónica y constituyen recursos esenciales para la movilidad social ascendente.

No hay comentarios.: