domingo, septiembre 14, 2008

FELIZ CUMPLEAÑOS DON MARIO

HOY CUMPLE 88 AÑOS MARIO BENEDETTI


El escritor y poeta uruguayo Mario Benedetti, nacido el 14 de septiembre de 1920, en su libro "Testigo de uno mismo", recientemente presentado, revisa "la larga sucesión de cosechas" de "nuestra modesta vida" hasta "volver a ser semillas".

La obra fue presentada el 26 de agosto pasado en el Centro Cultural de España en Montevideo, Uruguay, con la lectura de varios de sus poemas a cargo de Silvia Lago, Elder Silva y Rafael Courtoisie, además de que el intérprete Daniel Viglietti cantó algunos de los sonetos de Benedetti que figuran en su repertorio.

"Testigo de uno mismo" es calificado como una suerte de testamento literario. El libro iba a ser presentado originalmente en Buenos Aires, Argentina, en abril pasado, pero la fecha se fue posponiendo debido a problemas de salud del autor. No obstante, actualmente trabaja en un nuevo libro, "Biografía para encontrarme".

Benedetti es autor de más de 80 libros de poemas, novelas, relatos, ensayos y teatro, así como de guiones de cine y crónicas de humor; ha sido merecedor de lauros tan preciados como el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el Menéndez Pelayo y el Iberoamericano José Martí.

Autor de una vasta obra literaria y poética que lo sitúa como uno de los intelectuales más prolíficos de Iberoamérica, comprometido con las causas sociales, el uruguayo que se consagró con la novela "La tregua" está festejando sus 88 años de vida.

Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti Farugia nació en Paso de los Toros, Departamento de Tacuarembó, República Oriental de Uruguay. Sus padres se llamaban Brenno y Matilde y por motivos económicos la familia se trasladó a Montevideo cuando él tenía cuatro años.

Así, inició sus estudios básicos en el Colegio Alemán de Montevideo, donde dio vida a sus primero poemas y cuentos. Debido a las restricciones económicas, Mario sólo pudo completar sus estudios secundarios como alumno libre.

Desde muy joven comenzó a trabajar como vendedor, taquígrafo, contador y funcionario público. El contacto tan temprano con el trabajo le permitió conocer a fondo una de las constantes que registra su literatura: el mundo gris de las oficinas burocráticas.

Entre 1938 y 1941 residió en Buenos Aires, donde trabajó para una editorial, sin dejar a un lado su pasión por la poesía y la novela.

De regreso a Montevideo, consiguió el soñado puesto de funcionario en la contaduría general de la Nación, pero cayó enfermo de tifus.

Estuvo dos meses con fiebres y diarreas que le ocasionaron la pérdida de 14 kilogramos. En esa dura etapa de su vida sólo lo animaba las visitas de Luz López Alegre, a quien conoció desde que eran niños y dedicó sus primeros poemas. Su entrañable amistad culminó en matrimonio, en marzo de 1946.

En aquella época, Benedetti se inició en el periodismo y formó parte del equipo del semanario "Marcha", la revista más influyente de la vida política y cultural del Uruguay y una de las más importantes de América Latina, la cual fue clausurada en 1974.

También dirigió la revista literaria "Marginalia", que duró hasta 1949, fecha en que pasó a formar parte del consejo de redacción de la revista "Número", al tiempo que publica el volumen de ensayos "Peripecias y novela".

De acuerdo con sus biógrafos, Benedetti publicó su primer libro de cuentos, "Esta mañana", en 1949, al que le siguieron los poemas de "Sólo mientras tanto". Su primera novela, "Quién de nosotros", apareció en 1953, y le siguió "Poemas de la oficina", publicado en 1956 y que fue una importante influencia para los poetas de su generación, sobre todo por el tono conversacional.

En 1957 viajó por primera vez a Europa, año en que inicia la Revolución Cubana, un hecho que marcó a todos los intelectuales latinoamericanos.

De igual manera, marcó el desarrollo literario y político del escritor uruguayo, pues como él mismo ha declarado le hizo mirar a América Latina cuando la mayoría de los intelectuales vivían deslumbrados por lo europeo.

Su siguiente libro fue "El país de la cola de paja" (1959) y un año después apareció su novela "La tregua", con la que Benedetti adquirió importancia internacional.

Tras el golpe de estado en su país en 1973, el poeta se vio forzado a salir de Uruguay, dando inicio a un exilio de 12 años por diversos países: Argentina, Perú, Cuba y España.

Su amplia producción literaria abarca todos los géneros, incluyendo famosas canciones, y suma más de 60 obras, entre las que destacan la novela "Gracias por el fuego" (1965) y el ensayo "El escritor latinoamericano y la revolución posible" (1974).

Además de los cuentos "Con y sin nostalgia" (1977) y los poemas de "Viento del exilio" (1981), "Inventario Uno" (1950-1985), "Inventario Dos" (1986-1991) y "Cuentos completos" (1947-1994).

También existe una biografía del poeta, escrita por Mario Paoletti, que se titula "Mario Benedetti, el aguafiestas".

Su trabajo "Canciones del más acá" (1989) reúne gran cantidad de escritos que han sido convertidos en temas musicales interpretados por más de 40 cantantes.

"Despistes y franquezas" (1990), "Las soledades de Babel" (1991), "La borra del café" (1992), "Perplejidades de fin de siglo" (1993), "Andamios" (1996) y "El Rincón de haikus", escrito en 1999.

Entre los reconocicimientos a los que Benedetti se ha hecho acreedor destaca el Premio Llama de Oro de Amnistía Internacional, por su novela "Primavera con una esquina rota".

Ha sido investido Doctor Honoris Causa en dos ocasiones, una por la Universidad de Alicante y otra por la de Vallalodid. Además de que el Consejo de Estado de Cuba le otorgó la Medalla "Haydeé Santamarina".

El 8 de marzo pasado, en una íntima ceremonia celebrada en su departamento del centro de Montevideo recibió el Premio Cultural de la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), en la categoría de Letras, que confieren los gobiernos de Cuba y Venezuela.

En 2008 el autor ha sido tres veces hospitalizado, la primera en enero cuando estuvo casi un mes debido a un episodio de enterocolitis, lo que causó preocupación en los medios intelectuales y sus millones de lectores fuera y dentro del país.

De Noticias del Castellano

Para quienes no están muy familiarizados con las exraordinarias cualidades literaria de Benedetti, aquí un cuento corto:

LA NOCHE DE LOS FEOS (1966)

Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.

Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.

Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos - de la mano o del brazo - tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.

Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.

Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.

Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.

La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.

La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculo mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.

Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.

"¿Qué está pensando?", le pregunté.

Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.

"Un lugar común", dijo. "Tal para cual".

Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.

"Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?"

"Sí", dijo, todavía mirándome.

"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida."

"Sí."

Por primera vez no pudo sostener mi mirada.

"Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo."

"¿Algo cmo qué?"

"Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad."

Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.

"Prométame no tomarme como un chiflado."

"Prometo."

"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?"

"No."

"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"

Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.

"Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."

Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.

"Vamos", dijo.

2.

No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.

Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estuimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.

En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.

Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos ( al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.

Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.

Lloramos hasta el alba. Desgraciados , felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.



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