viernes, septiembre 05, 2008

LA MENTIRA PIADOSA

Ya tenía más de una hora de estarla esperando y las ganas de irme a la más mierda se me acrecentaban con las horrorosas nubes negras que presagiaban un aguacero de Padre y Señor mío; sin embargo el deseo de verla y la necesidad de aprisionarla entre mis brazos daba paso a la esperanza. Además me lo había asegurado con vehemencia: "Sí voy a llegar, no te preocupés". Comenzó a briznear, "Puta, para más joder no ando más que lo necesario para un par de gaseosas en la cafetería del parque y lo del bus para irla a dejar a su casa y regresarme yo a la mía, ni un quinto más para pagar un taxi! Pero que venga, que venga por la gran puta. ¡Allá viene, qué lindo siento en el centro de mi corazón, ya empezó a llover, pero me vale verga..." En la distancia se empezó a dibujar la figura de la que tenía en sus manos todo mi ser, toda mi alma, hasta el último átomo de sangre que corría por mis arterias. Temprano la había llamado para que llegara al Cuscatlán porque quería una explicación por la noticia que me habían dado que la habían visto en el cine con otro hijueputa y la información me la había dado el Pescado, y ese cabrón ni la iba a confundir ni me iba a meter paja. Por teléfono me lo había negado a pie juntillas (como la cabrona también había visto al Pescado, ya había preparado la caquegato que me iba a esgrimir para desvirtual el chambre), y yo, que del encule que tenía no necesitaba mucho para decidir no creerle al Pescado, le reclamé haciéndome el encachimbado de mentol, y al solo acercárseme y sentir sus efluvios de mujer "enamorada", se me olvidó por completo el discurso de agraviado que le iba a dedicar y la apretujé con el delirio de mendigo a la limosna, la besé una y otra vez con una pasión tal como si de cada beso hubiera dependido mi vida entera. Chichemente me convenció que el Pescado lo que quería era quizás sembrar cizaña entre nosotros para que quedara sola y caerle él. "¡Qué Pescado más hijueputa!" Cuando decidimos irnos del parque ya era noche y tuvimos que saltar el cerco para ganar la salida. Caminamos de la mano bajo la lluvia que penetraba por todos los resquicios de nuestros cuerpos que sin embargo no sentían más que un amor que calentaba tanto que secaba la humedad que caía del cielo como el amor que me cegaba. Cuando regresé a casa mi mamá me riñó por haber llegado tan noche bajo la gran tormenta. Después le conté al Pescado que había mandado a la mierda a la cabrona.

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