Cortázar en su estudio
¿Qué decir frente al cadáver de un compañero que no ha sucumbido frente al enemigo común, sino que ha sido asesinado turbiamente en el marco de una disensión partidaria, y que sus victimarios pretenden mostrar como traidor?
La fracción responsable de su “juicio” y su “ejecución” (miembros del Ejercito Revolucionario del Pueblo, ERP) dio a conocer desde el principio un comunicado en el que acusaba a Dalton de trabajar para la CIA y de haber procurado su infiltración en el seno del movimiento. De la acusación, que parecería ridícula en el caso de Dalton si no fuera tan monstruosa por provenir de quienes se autotitulan revolucionarios, no he de decir nada. ¿Para qué, si el mismo Roque la había anticipado con una claridad que multiplica la culpa de sus asesinos?
En la novela titulada Pobrecito poeta que era yo se cuenta que en la época en que el poeta estuvo preso en El Salvador, el agente de la CIA que lo interrogaba le dijo en algún momento lo siguiente:"No creas que vas a morir como un héroe, tenemos documentos necesarios para hacerte parecer como un traidor, y la historia y tus hijos se avergonzarán del nombre de su padre… Así que olvídate de que tu muerte te convertirá en héroe…Esto ocurría nada menos que en 1964; más de diez años después de esa innoble amenaza, la vemos cumplirse literalmente.
Incluso si Roque no hubiera denunciado esa amenaza de sus enemigos, la acusación con que se pretende justificar su asesinato seguiría siendo monstruosa, puesto que en ella se acumula no solamente la calumnia más infame que pueda hacerse a un luchador revolucionario, sino que esa calumnia procede de quienes en algún momento él consideró sus compañeros en la lucha política salvadoreña.
Entre lo mucho que me ha dado Cuba, el conocimiento y la amistad de Roque Dalton se contará siempre entre lo más precioso… Alguna mañana vi llegar a un muchacho moreno y flaco, de rostro aniñado y a la vez lleno de tiempo; al principio los dos nos confundimos sobre nuestra edad, nos hicimos las bromas de rigor, empezamos a mirarnos de veras…
Yo admiraba de Roque su particular acercamiento a la poesía con cualquier tipo de lector, y que no se tradujera en la chabacanería y el populismo suicida…De eso hablábamos tomando café y tragos en el barrio viejo de la Habana, o en los intervalos de nuestra tarea en la Casa de las Américas. Para Roque que se sorprendía un poco de mi admiración, no había nada más natural que escribir así, pero yo insistía en que esa naturalidad tenia que haberle costado enormemente a un poeta centroamericano. Esto, claro, lo hacia estallar en carcajadas, y en Roque la risa era uno de sus mensajes más directos y más hermosos, se reía como un niño, echándose hacia atrás.
Roque Dalton tenía una visión general de la lucha revolucionaria, y que sus múltiples andanzas por el mundo le había dado una experiencia que pesaba en sus juicios y en sus opiniones. Eso, junto con la poesía y el sentido del humor, nos llevó a sentirnos amigos desde el primer momento; ahora que no volveré a hablar con él, pienso que nos vimos muy poco, que estábamos demasiado ocupados en Cuba para vagar juntos por las calles y charlar en los hoteles y los cafés. Y en París, donde nos encontramos dos veces, la urgencia de los problemas, de las circunstancias siempre críticas en nuestro trabajo, no nos dejó la libertad que hubiéramos querido para discutir de libros, de películas, de hombres y mujeres.
Hablar con Roque era como vivir más intensamente, como vivir por dos. Ninguno de sus amigos olvidará las historias acaso míticas de sus antepasados, la visión prodigiosa del pirata Dalton, las aventuras de los miembros de su familia; y otras veces, sin mayor deseo pero obligado por la necesidad de defender un punto de vista.
La fracción responsable de su “juicio” y su “ejecución” (miembros del Ejercito Revolucionario del Pueblo, ERP) dio a conocer desde el principio un comunicado en el que acusaba a Dalton de trabajar para la CIA y de haber procurado su infiltración en el seno del movimiento. De la acusación, que parecería ridícula en el caso de Dalton si no fuera tan monstruosa por provenir de quienes se autotitulan revolucionarios, no he de decir nada. ¿Para qué, si el mismo Roque la había anticipado con una claridad que multiplica la culpa de sus asesinos?
En la novela titulada Pobrecito poeta que era yo se cuenta que en la época en que el poeta estuvo preso en El Salvador, el agente de la CIA que lo interrogaba le dijo en algún momento lo siguiente:"No creas que vas a morir como un héroe, tenemos documentos necesarios para hacerte parecer como un traidor, y la historia y tus hijos se avergonzarán del nombre de su padre… Así que olvídate de que tu muerte te convertirá en héroe…Esto ocurría nada menos que en 1964; más de diez años después de esa innoble amenaza, la vemos cumplirse literalmente.
Incluso si Roque no hubiera denunciado esa amenaza de sus enemigos, la acusación con que se pretende justificar su asesinato seguiría siendo monstruosa, puesto que en ella se acumula no solamente la calumnia más infame que pueda hacerse a un luchador revolucionario, sino que esa calumnia procede de quienes en algún momento él consideró sus compañeros en la lucha política salvadoreña.
Entre lo mucho que me ha dado Cuba, el conocimiento y la amistad de Roque Dalton se contará siempre entre lo más precioso… Alguna mañana vi llegar a un muchacho moreno y flaco, de rostro aniñado y a la vez lleno de tiempo; al principio los dos nos confundimos sobre nuestra edad, nos hicimos las bromas de rigor, empezamos a mirarnos de veras…
Yo admiraba de Roque su particular acercamiento a la poesía con cualquier tipo de lector, y que no se tradujera en la chabacanería y el populismo suicida…De eso hablábamos tomando café y tragos en el barrio viejo de la Habana, o en los intervalos de nuestra tarea en la Casa de las Américas. Para Roque que se sorprendía un poco de mi admiración, no había nada más natural que escribir así, pero yo insistía en que esa naturalidad tenia que haberle costado enormemente a un poeta centroamericano. Esto, claro, lo hacia estallar en carcajadas, y en Roque la risa era uno de sus mensajes más directos y más hermosos, se reía como un niño, echándose hacia atrás.
Roque Dalton tenía una visión general de la lucha revolucionaria, y que sus múltiples andanzas por el mundo le había dado una experiencia que pesaba en sus juicios y en sus opiniones. Eso, junto con la poesía y el sentido del humor, nos llevó a sentirnos amigos desde el primer momento; ahora que no volveré a hablar con él, pienso que nos vimos muy poco, que estábamos demasiado ocupados en Cuba para vagar juntos por las calles y charlar en los hoteles y los cafés. Y en París, donde nos encontramos dos veces, la urgencia de los problemas, de las circunstancias siempre críticas en nuestro trabajo, no nos dejó la libertad que hubiéramos querido para discutir de libros, de películas, de hombres y mujeres.
Hablar con Roque era como vivir más intensamente, como vivir por dos. Ninguno de sus amigos olvidará las historias acaso míticas de sus antepasados, la visión prodigiosa del pirata Dalton, las aventuras de los miembros de su familia; y otras veces, sin mayor deseo pero obligado por la necesidad de defender un punto de vista.
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