miércoles, abril 11, 2012

VIAJANDO CON EL DIVINO RUBEN


Esta vacación de Semana Santa, que los americanos por específicas razones llaman Spring Break, me di en practicar dos de los vicios que más acucian mi vida: viajar y leer. 

No me costó mucho encontrar el destino final, me costó un poco más decidir el título del libro que me acompañaría. En cuanto a lo primero, esta vez mi mujer y yo exploraríamos las bellas ciudades bucólicas del norte de Jamaica. En cuanto al libro, tenía que ser uno encantador, categoría que creí acertada al escoger de mi modesta biblioteca  la Autobiografía de Rubén Darío.

Cavilé por un par de minutos cuando tomé el librito sobre la vida del Príncioe de las letras castellanas, porque ya lo había leído en 1970 a instancias de mi  inolvidable profesor de Literatura Universal en el colegio Salvadoreño Alemán, don Alfredo Betancourt, a quien debo en gran medida mi respeto por las bellas letras y mi opción por la enseñanza como medio de ganarme la vida. 

Después de un momento, pensé para mi sino: "Al fin, volver a leer un buen libro es como saborear de nuevo un buen vino, yo no bebo buenos vinos, solo los colecciono, pero leo buenos libros..." En estos razonamientos "que la razón desconoce", me metí el clásico jornal bajo el brazo y, en toda honestidad, fue una de las más inteligentes decisiones que tomé en mi vida.

No exagero si afirmo que comenzar el viaje y la lectura fue un desdoblamiento inexplicable. De pronto sentí la presencia del más grande poeta de la historia de la literatura española, (con perdón de los críticos y resentidos líricos ortodoxos que nunca faltan), allí frente a mí, estaba el divino aedo contándome su vida, hablándome de su paso por diversos países, de sus conversaciones y aventuras con lo más granado de la intelectualidad hispanoamericana de fines del siglo XIX y principios del XX, de sus desafíos,  de sus triunfos, sus esperanzas y desilusiones, de las cumbres intelectuales finiseculares y sus decadencias. 

En fin, el Bardo universal llegado desde su torre de marfil tuvo una conversación conmigo a veces intelectual, a veces cómica, a veces poética, a veces trágica, a veces histórica, a veces política y siempre deliciosa, magnética, interesante y culturizante. 

Cinco minutos dentro de la lectura advertía cuán acertada fue mi decisión al escoger este libro y cuán errado estaba yo al creer que lo había leído. Cierto que lo había abierto y lo había degluído en 1970, pero no lo había saboreado.

En otra ocasión voy a hablar del contenido, especialmente de lo que significó El Salvador en la vida del vate máximo. Por lo pronto quiero solamente agradecerle por su compañía y conversación. Ambos íbamos en aquel viaje haciendo lo que nos hace felices: viajar por el  mundo, él bebiendo un buen vino, y yo leyendo un buen libro. 

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