El jueves 15 de diciembre de 1983, aterricé en el aeropuerto internacional de Los Angeles. La idea era quedarme por un par de años mientras pasaba el peligro de la guerra.
Había dentro de mí una mezcla de curiosidad, agrado, sensación de logro, inquiertud, miedo a lo que vendría, incertidumbre, y alivio. No prevalecía una emoción sobre la otra, más bien se turnaban para hacer menos pesada la ansiedad.
Acababa de vencer el obstáculo más grande que era por fin pisar suelo americano. Tenía en mente varios objetivos de trabajo, particularmente político; pero el objetivo principal era traerme a mis familia, mi mujer y mis hijos que había dejado atrás y quienes se sometían a las realidades de una nueva vida sin el papá, uno de los dos pilares que proveían, mantenían, y daban amor y seguridad.
Lo que vino después es historia, el licenciado había quedado en El Salvador, ahora solo era un inmigrante más (un refugiado centroamericano, como era la moda en esos días), entre los millones que llegaban a Estados Unidos sin más pretensión que sobrevivir de la mejor manera en un país en donde sólo sobreviven los más fuertes.
El objetivo ahora era reinventarme, hacer el papel de mi propio dios, crearme a mi propia imagen y semejanza.
Acababa de vencer el obstáculo más grande que era por fin pisar suelo americano. Tenía en mente varios objetivos de trabajo, particularmente político; pero el objetivo principal era traerme a mis familia, mi mujer y mis hijos que había dejado atrás y quienes se sometían a las realidades de una nueva vida sin el papá, uno de los dos pilares que proveían, mantenían, y daban amor y seguridad.
Lo que vino después es historia, el licenciado había quedado en El Salvador, ahora solo era un inmigrante más (un refugiado centroamericano, como era la moda en esos días), entre los millones que llegaban a Estados Unidos sin más pretensión que sobrevivir de la mejor manera en un país en donde sólo sobreviven los más fuertes.
El objetivo ahora era reinventarme, hacer el papel de mi propio dios, crearme a mi propia imagen y semejanza.
Carente de todo tipo de recursos, comprobé en carne viva aquella frase que tanto me había impresionado cuando leí El Sepulcro de los Vivos de Fedor Dostoiewski: El hombre es el único animal capaz de acostumbrarse a cualquier cosa. Hasta hacía días la famosa frase solo era teoría, ahora llegaba la hora de practicarla.
No tenía nada en mis manos para nutrirme en mi nuevo nacimiento, solo tenía la esperanza, como dijo Aguirre y Fierro en su bello poema El Brindis del Bohemio, la esperanza que a la vida nos lanza a vencer los rigores del destino. Tenía también sueños que se deberían realizar quién sabe cómo. Sin perder la esperanza, 28 años más tarde realicé la mayoría de mis sueños, y lo mejor del caso es que estoy contando el cuento.
No tenía nada en mis manos para nutrirme en mi nuevo nacimiento, solo tenía la esperanza, como dijo Aguirre y Fierro en su bello poema El Brindis del Bohemio, la esperanza que a la vida nos lanza a vencer los rigores del destino. Tenía también sueños que se deberían realizar quién sabe cómo. Sin perder la esperanza, 28 años más tarde realicé la mayoría de mis sueños, y lo mejor del caso es que estoy contando el cuento.
La idea de quedarme un par de años mientras pasaba el peligro de la guerra, dio paso a la de quedarme los años necesarios mientras pasa el peligro de la vida.
Hoy hace 28 años, y también era jueves.
Hoy hace 28 años, y también era jueves.
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