viernes, enero 20, 2012

LOS QUE SE FUERON: NICOLAS HERNANDEZ

"Este Chusito es un hombre del que uno se encula sin ser culero, hom..."
Nicolós Hernández

Un abrazo fraternal con mi amigo Nicolás. San Rafael, 1988

Cuando me contaron que mi amigo Nicolás había muerto en un aparatoso accidente en una carretera de Arizona, no me lo podía creer...Si Nicolás nació para no morir nunca jamás por la gran puta, le dije con mirada vidriosa al amigo que me lo contaba, que se hallaba también en un evidente estado de shock...


Y es que cuando se trata de amigos, hablamos de gente que llega a tu vida casi de sorpresa, te asalta el alma y ya no sale de ahí por nada de este mundo. Hablamos de gente que te alegra el espíritu con solo verla de lejos; que entiende todo tu mundo con un gesto y tiene el consejo acertado, la risa franca, la mirada iluminadora y la carcajada cándida. En su mirada se vislumbra la sinceridad que sale de sus labios. Todo eso multiplicado por mil era Nicolás.

Nos conocimos en unas reuniones de grupos de apoyo que organcé a fines de los ochenta en el area latina de San Rafael. Fue entrando al recinto y la dinámica del grupo cambió con la presencia de aquel hombrecito bajo y enjuto, que con sus 15 años arriba del resto de nosotros, nos veía con mirada paternalista. A las dos semanas de reunirnos ya lo estaba invitando yo a un café en el extinto restaurante Zim's de la exclusiva ciudad de Greenbrae, y allí nos quedábamos, café tras café, hablando de todo lo imaginable, como dos viejos amigos que se habían reencontrado.

En El Salvador había sido desde vendedor de billetes de lotería en el area del Mercado San Miguelito, hasta guardaespaldas de viejo rico. Yo le decía con franqueza letal que "de vendedor de billetes le hallo talle, jefe, pero de guardaespaldas, neles...Solo ua escuadra cañón corto le podía quebrar la espalda, ya no digamos un AK-47, no joda!" Y era la risotada del Nicolás que resonaba en el restaurante entero sin que los gringos se chiviaran pues ya conocían al par de locos latinos bulliciosos que llegaban los fines de semana a armar su mini tertulia.

Nunca voy a olvidar aquella tarde que estuve a punto de ahogarme de la risa cuando llegó a mi oficina con una carita demacrada y ojos irritados.

-Puta qué le pasa jefe que lo veo como adoleciendo de una disentería de tres semanas?

-Cállese hombre Ud. viera lo que me pasó anoche!

-Ajá, ¿Qué putas le pasó mano, échese el rollo!?

-Se acuerda de aquella chapina que le presenté la se mana antepasada, a la que le andaba cayendo y estaba que sí, que no, que tal vez?

-¡Ajá, la morenaza pantorrilluda...No me diga que saltó esa pulga en su petate...!

-Cállese hombre, fíjese que hoy en la noche se va para Guatemala, ayer me dio la noticia, y me dijo que me iba a dejar esa noche de recuerdo. Pues venga a nos tu reino dije yo. Nos fuimos a su apartamento y hemos pegado una cogida de padre y señor mío. Puta Chusito, si esa vieja no se cansaba nunca, y yo por llevármelas de macho seguía encima hasta como a las cuatro de la mañana que caí medio muerto y aquí me tiene todo hecho mierda como que a mí me hubieran pegado la gran cogida.

A estas alturas yo ya estaba debajo del escritorio cagándome de la risa pues cada palabra la salpicaba con la sonrisa que le caracterizaba, que hacía más jocoso que un chiste de La Dulce Vida el mundano relato.

Cuando en 1999 perdí a mi madre, al regresar a Estados Unidos del viaje más amargo de mi vida, en el aeropuerto me sorprendió Nicolás. Esta vez con un semblante compungido, sabedor de lo que sentía en mi corazón hecho harapos. Por varios días estuvo constante por las noches en mi casa a veces muy brevemente, pero siempre con su palabra confortante y su gesto compasivo para el amigo que sufría un dolor que le era familiar a él, ya que siempre nos contaba lo duro que había sido la vida con su propia madre, quien en silla de ruedas le ayudaba a vender sus vigésimos de la lotería en el San Salvador de los sesenta y setenta.

Luego mi amigo se fue para American Canyon, una ciudad cercana a San Rafael, con lo que nuestras tertulias se redujeron considerablemente. La última vez que lo vi ya su carácter había cambiado. Llegó con su hija a mi oficina y la sonrisa se le había perdido. Quén sabe que pena le traía lacerando el alma. De eso hará unos cuatro años...

Me contaron que sufrió por semanas después del accidente que le costó la vida, por cierto que el de Nicolás es uno de esos raros casos en el que un hombre se muere dos veces, ya que su hijo menor, que también iba en el carro cuando ocurrió el siniestro, perdió la vida en el acto. Nicolás fue llevado con vida de mergencia al hospital, y cuando se recuperaba y preguntó por su hijo, nadie le quiso decir nada. Bien pronto comprendió el mortal silencio, y ya no le gustó la vida para nada. Murió por las heridas del accidente y murió por las heridads del alma.

Pero no, no hay duda, Nicolás Hernández nació para no morir jamás, al menos no morirá mientras yo viva☼

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