sábado, enero 14, 2012

LOS HACELOTODO

Una familia andrajosa pidiendo limosna en un Centro de Refugiados en Los Angeles

Dicen que solo echándole un vistazo al pasado podremos darle su real valor al presente.

Buscando entre millones de fotos de mi archivo me fui a topar con estas que ilustran esta entrada de mi blog. Por alguna razón yo había metido en lo más profundo de mi incosciente, y bloqueado con candado, una etapa de mi vida en la que cada día que pasaba era toda una lucha de supervivencia a brazo partido, y cuando llegaba a la cama por la noche, lo hacía con la sensación de haber ganado una nueva batalla.

Con una familia de cinco miembros, indocumentado en un país extraño, no podía tener un trabajo que me permitiera tener un salario al cual ajustar mi presupuesto, de manera que hacía de todo lo que me saliera y estuviera al alcance de mis posibilidades, para poder ganarme la subsistencia decentemente, pagar la renta, y comprar comida, pagar las cuentas, ropa y medicinas.

Por suerte el haber crecido pobre en El Salvador, hizo que desarrollara algunas habilidades que nunca pensé me llegaran a servir para literalmente sobrevivir más tarde en la Tierra Prometida. Por ejemplo, el haber acompañado de vez en cuando a mi padrastro en las construcciones en donde trabajaba como pintor, me enseñó los prolegómenos de tan importante arte, y así dejé contentos a patrones gringos que me contrataban para que les pintara sus casas en Mill Valley.

Mi intento de formar un conjunto en 1969 con mis amigos Mundo Laínez, Ricardo Franco, y mi primo Lito Ayala, dejó a una estrella del rock frustrada, pero me quedó de ganancia el haber aprendido a tocar guitarra. Años más tarde pagó el esfuerzo porque cada quince días me echaba mis chirilicas en una iglesia de San Rafael por tocar y cantar himnos y coritos.

Más tarde, mitad diversión, mitad necesidad, formé con unos vecinos un conjunto El Grupo Amigo, con el que por unos meses hicimos buya en el area latina de San Rafael y en fiestas y veladas hispanas informales nos contrataban para que cantáramos las nostalgias de Serrat, Alberto Cortez y Feliciano y entre risas y libaciones, chascarrillos y versos, pasaban los viernes con la mara satisfecha, y nosotros felices de la vida haciendo lo que nos gustaba y echándonos nuestras bolitas. El sábado podía llevar a la familia al Jack in the Box a degustar su banquete.

Pero lo mejor que me acarreó el haber nacido y crecido pobre en El Salvador, fue el no ahuevarme por hacer cualquier otro tipo de trabajo por ordinario que fuera. Los títulos habían quedado atrás, y el hambre la cargaba a donde quiera, de manera que cuando me tocó limpiar moteles en Long Beach, cortar grama en los jardines de los ricos de Greenbrae, y botar basura en Mill Valley, sentía un extraño placer dentro de mi alma, porque, aunque yo nunca en mi vida había hecho esas tareas, había vivido entre gente para quienes eran el pan de cada día, y aunque tarde, era el tiempo para que yo actuara las escenas en la película de mi vida.

En 1988 formé el Grupo Amigo, para poder hacer unos reales extra y llevar comida a la mesa.

Dios, el tiempo, el apoyo de una mujer, mi mujer, indescriptiblemente fuerte y luchadora, el apoyo de muchas otras gentes que creyeron en mí, y mi determinación por alcanzar la cima, hicieron que mi vida diera un giro de 180 grados. Lo más hermoso que logré fueron tres hijos triunfadores, y al final ganarme la vida ejerciendo en una tierra extraña, las dos profesiones con las que un día mi madre y yo soñamos.

Pero qué bueno que encontré estas fotos, porque una vez más me recordaron que sólo echándole un vistazo al pasado, podemos darle su real valor al presente.

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