En el edificio de la Alcaldía Municipal, a la izquierda en esta fotografía, se encontraban los Juzgados en los días que trabajé en la Ciudad Morena.
La primera vez que puse pie en Santa Ana fue de la mano de mi papá. Quizás tenía diez añitos, mi prima María Ester, a quien yo le decía "tía" porque era muchísimo mayor que yo, había enrolado a su hijo mayor, mi primo Lito, en la Ciudad de los Niños, una suerte de colegio-cárcel que en equel tiempo quedaba en las afueras de la ciudad, hacia el Nor-Este.
Un sabor agridulce tienen esas memorias ya que viajar fue algo con lo que siempre soñé e ir a Santa Ana implicaba levantarnos de mañanita, irnos para la terminal de Occidente, abordar un bus interdepartamental y poner a volar mi imaginación a la velocidad del bus; al llegar a la terminal de Santa Ana nos íbamos "a pincel", atravesando la ciudad de punta a punta, hasta llegar al recinto en donde nos aguardaba Lito con mucha ansiedad y, como éramos casi de la misma edad, nos enfrascábamos en unas conversaciones muy serias e importantísimas, tales como que ya habíamos comprado el último paquín del Santo El Enmascarado de Plata. Eso era lo dulce.
Por otra parte era amarga la despedida. Me parte el corazón hasta este día el recordar la carita de impotencia y tristeza de Lito porque su única conexión con su familia, se iba para volver quién sabe cuando. Conforme nos alejábamos volvía yo la mirada de cuando en cuando y allá estaba Lito parado en el bordo. Hasta que nos perdíamos en la distancia se iba para adentro, lo recuerdo como si hoy mismo hubiese ocurrido. Parece que en habilidades maternales mi prima Tey dejó mucho que desear.
El caso es que me recreaba viendo Santa Ana, era un mundo bien diferente al que me presentaba San Salvador. Veía sus aceras de cuadritos, sus hidrantes artísticamente decorados como figuritas humanas, y una limpieza que aún siendo infante le envidiaba al pueblón.
Pasaron quizás 17 años para que regreasara a la Ciudad Heróica, lo hice en calidad de funcionario público, por tres años fui Juez Segundo de Paz de Santa Ana. Lo fui en un tiempo en que en Santa Ana los escuadrones de la muerte mataban gente del pueblo "en masa y por empresa". Por tres años pasé recogiendo cadáveres por todos lados. Recorrí la ciudad y sus alrededores de norte a sur y de este a oeste. Cada día que pasaba penetraba más la ciudad y sus gentes en mi corazón, yo llegué a formar parte de su paisaje y Santa Ana llegó a formar parte de mi ser.
Su gente y su carácter provincial, sencillo, amable, confiado, fiel a su salvadoreñismo, pero aún más fiel a su "santanequismo", enseña al mundo lo que es amor a prueba de pruebas al terruño. Cuando un santaneco dice que su ciudad es "la capital del mundo y la sucursal del cielo", no lo dice por decir, lo dice porque simplemente es la realidad, sin ningún asomo de duda, eso es lo más natural del mundo, y cuidadito con contradecirles porque te puede costar mu caro.
Bello su paisaje, bella la ciudad, bella su gente, bella mi Santa Ana.
Juez Segundo de Paz de Santa Ana. Fotografía tomada por mi amigo y colega Angel Rolando Sánchez, un gran abogado, un gran fotógrafo, un gran santaneco.
2 comentarios:
sr. juez y profesor,
Muy bonito post, siempre agradable recordar de donde venimos para saber quienes somos.
Un saludo desde la fría Holanda!
Yanina
Gracias por tu amable comentario Yani, cuídate de ese tremendo frío que está haciendo en el hemisferio norte por estos días dicembrinos.
Fredy
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