"Los primeros en sacar el cuchillo...!"
Roque Dalton
Desde el momento en el que Ricardito se sacó el cuchillo de la pretina y se lo hundió en el abdomen al sin suerte que estaba jodiendo a su tío, no pasaron ni tres segundos.
-Son babosadas, me diría meses más tarde por teléfono desde su guarida en Washington , la punta no se saca para solo enseñarla, se saca para usarla, y usarla bien. Si lo pensás dos veces ya valiste verga, porque dejás que el otro te joda a vos.
-Puta, fijate que me sorprende que vos hayas hecho algo así brother.
-No Fredy, es que fijate que estaba jodiendo a mi tío Chepe Luis, y vos sabés que ese viejito no le hace un daño a nadie, hombre.
-¿Y qué se siente trabonear a un cristiano vos?
-Puta, fijate que cuando le metí el cuchillo oí cabal como cuando le metés un cuchillazo a un saco de azúcar, y en ese momento pensé también en lo que dijo Roque Dalton: "los primeros en sacar el cuchillo...!"
No dejé de darle gracias al Todo Poderoso porque entre Ricardito y yo hubiera una distancia de dos mil millas. Cuando un tipo realiza el primer acto criminal, ya no le importa más, con más frialdad va a estar dispuesto a cometer otro y otro. El primer acto es el difícil, es como poner cuernos, la primera decisión es la yuca, con la segunda se consolida y el resto ya es zumba.
Esta circunstancia hace que aún los más cercanos parientes anden con pie de plomo cuando estos tipos andan cerca. Siempre se es amable, pero ya no es lo mismo, ya sabés que estás hablando con un delincuente, ya hay cierto respeto rayano con el miedo, lo cual él mismo percibe, haciéndolo sentirse poderoso, pero convirtiéndolo en un solitario. Nadie quiere ya meterse con él.
Es solo humano, un poco de instinto natural de conservación.
Yo conocía a Ricardito desde El Salvador, nos unía un aliancismo feroz. Yo la verdad no lo recordaba cuando nos vimos en San Rafael por primera vez, pero él se encargó de refrescarme la memoria al recordarme de las conversaciones que teníamos en el grupo de apoyo en la Magisterial en la Colonia Zacamil.
Pasaron los años, Ricardito volvió al norte de California pero jamás regresó al barrio. No era maje (según sus palabras), es cierto que el puyado no se había muerto y se había regresado para México para ya no regresar jamás por estos lares; pero todavía quedaban los parientes que con mucho gusto hubieran querido vengar al pobre chamaco para quedar tablas.
Hace uno días me llamó por teléfono un hombre quien se identificó con un nombre que no me era familiar, pero a quien saludé amable cuando me dijo que era tío de Ricardito, al preguntarle por el susodicho me replicó:
-Pues fíjese que es de él que le quiero hablar, andamos recogiendo donaciones para mandarlo para El Salvador, fíjese que andaba tomando y la semana pasada lo mató un carro...
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