jueves, agosto 28, 2008

UN ANGEL EN EL DESIERTO

HAMZA AHMED SHAKER

Cuando de viajar se trata yo hago toda una planificación tres meses antes del día de despegue. Normalmente lo hago a un país en donde hay algo que me interesa conocer, no viajo por viajar, eso no tiene ningún chiste. Compro un par de libros, que siempre incluyen el DK Eyewitness Travel, el guía de viajes para mí más respetado del mundo, compro un mapa de Michelin, estudio las carreteras, las calles y avenidas de las ciudades (nunca viajo en grupos, eso le resta aventura e independencia a mi periplo), mi mujer también estudia el mapa pues es mi copiloto obligado, compro boletos de sitios emblemáticos, reservo un carro para dos días después del arribo y reservo cuartos en hoteles baratos.

Aunque siempre llevamos en mente que vamos a conocer gente amable pues casi invariablemente los contactos humanos son con empleados de hotel, de restaurantes y, en todo caso, de lugares turísticos en donde trabajan gentes entrenadas precisamente para eso, para vender su amabilidad; nunca habíamos pensado en en la posibilidad de establecer alguna relación amistosa con nadie, hasta que llegamos a El Cairo.

De paso tengo que aclarar que en ningún lugar del mundo existen tantos mercachifles como en El Cairo. Los sitios históricos y emblemáticos en esta ciudad y sus alrededores están plagados de esta suerte de comerciantes, en cada uno de los cuales converge una mezcla de vendedores ambulantes, pordioseros y ladrones que no entienden el no como respuesta y se valen de todo tipo de artimañas para sacarte el pisto de la bolsa, y no te roban a lo descarado porque también hay un número igual de policías que ofrecen seguridad a los turistas, aunque a veces ellos también te piden unas chirilicas por tomarte una foto.

En un noventa y nueve por ciento son hombres desde sus veintes hasta sus cuarentas, se te presentan en todos los colores, están los que te ofrecen baratijas en la forma de juegos de pirámides, camellitos de madera, gorras y todo tipo de parafernalia, pasando por los que se te ofrecen para ser tus guías y darte un tour por el sitio con toda la historia milenaria de los lugares, hasta llegar a los dueños de taxis, camellos y coches jalados por caballos, los hay que tienen sus negocios fijos.

En todos los casos tienen un modus operandi muy similar: nunca te hablan de precios en el primer contacto, si les preguntas te dicen "No problem with the money" y al final te quieren sacar los ojos y se te encachimban si les regateas muy bajo.

Pues volviendo a mi historia, después de descansar un par de horas en el hotel en Giza, que para suerte está a unos cinco kilómetros de las Pirámides, le pedimos a un empleado que nos consiguiera un taxi para que nos llevara al célebre lugar, tuvimos la dicha celestial de conocer a un ser distinto: HAMZA AHMED SHAKER.



Hamza muestra con orgullo su atuendo árabe, a este gabán le llaman galabella.

Hamza es un bicho de 25 años, cumplidos el día previo a nuestro regreso, con un nivel de educación arriba del promedio de sus colegas, es profesor de inglés en una unidersidad de El Cairo, y en la temporada de vacaciones le ayuda a su padre en la taxiada, muchacho con grandeza de espíritu, claridad de sentimientos y nobleza de corazón. Siempre anda una botella de agua en su carro para beber él y otra para darles a extraños.



La madre, las dos hermanas y sus sobrinas posan con Amalia en la sala de su casa donde minutos antes habíamos degustado una deliciosa cena a la egipcia.

Casi desde el momento en el que hicimos contacto tuvimos una magífica concordancia de genios y acordamos que él nos conduciría en todo el viaje; al día siguiente ya nos estaba viendo como sus amigos y, para el tercer día, como sus familias.

Es interesante cómo pudimos establecer este vínculo estrecho de amistad cuando estábamos dos culturas completamente distintas; como la mayoría de árabes, Hamza es un musulmán rigurosamente practicante, por cierto que en dos meses se va a casar con su novia de tres años, a quien ni siquiera le conoce el pelo,  mucho menos ha besado.





Una suculenta cena con los anfitriones más espectaculares del mundo.

Pronto Hamza pasó de taxista, a ser nuestro traductor, guía turístico y hasta protector pues se peleaba con otros comerciantes para que nos hicieran buenos precios; nos entretuvo en un Mameluk (el equivalente en el Nilo a las góndolas de Venecia) al darnos un show del baile propio de Egipto; incluso nos pagó las entradas a una cena buffette sobre el río Nilo en el crucero Menphis, que incluía un show de belly dancers, deferencia que, por supuesto, le reembolsamos, muy a su pesar.

El día jueves Hamza nos invitó a cenar en su casa, nos presentó a sus padres y hermanas quienes nos eperaban con gran alegría sabedores que éramos los clientes "buenos" de quienes él les había hablado.

Esta gran oportunidad de compartir con una familia musulmana en un país árabe fue única en su género, tuvimos un acercamiento con sus costumbres familiares y sus actitudes frente a extraños. La comida la sirvieron en el piso de su sala, las mujeres vestían su atuendo típico que cubría todas partes de su cuerpo excepto su cara, manos y pies, nunca entraron a la sala mientras estuvimos cenando aunque llevaban la comida hasta la puerta a donde la iba a recoger Hamza o su papá, a mí me bautizaron con el nombre de
Mohammed y a mi mujer con el Nefert.


El padre de Hamza nos da una lección del arte de fumar la Shisha egipcia.

El meú incluía pato asado, que despenicó el papá de Hamza con la mano frente a nosostros como muestra de amabilidad (aunque a mi mujer y a mí no nos pareció mucho, allí fuimos muy agradecidos por su deferencia), arroz, ensalada y el tipo de pan propio del lugar. Luego el papá nos dio una lección sobre cómo se fuma la muy egipcia Shisha y al despedirnos nos pidieron que les aseguráramos que regresaríamos a su casa en el futuro.

La noche previa a nuestro regreso a casa invitamos a Hamza a cenar en el restaurante más emblemático de Giza, el del hotel Mena House, enfrente de la Gran Pirámide, aunque dijo estar triste, pasamos una velada agradable, era su cumpleaños y, aunque muy en contra de la Ley del Corán, nosostros se lo celebramos.


Hamza no oculta su tristeza en la noche de nuestra última cena en la Mena House en Giza. Un gran ser humano que dejamos en Egipto, tan grande como las pairámides.

Cuando la madrugada siguiente, Hamza nos llevó al aeropuerto para regresar a Estados Unidos, nos recordó que le habíamos hecho a su familia la promesa de regresar a verlos y le aseguramos que regresaríamos en tres años esta vez por tres razones: primero, para ver las Pirámides, segundo, para ver la apertura del Gran Museo de El Cairo que en estos días se construye en la meseta al lado de las pirámides y su inauguración está programada para el 2011, y tercero, para conocer a nuestros nietos...

Un brillo en los ojos de todos nos habló de un gran afecto, le dimos un caluroso abrazo y nos despedimos contentos de haber construído una gran amistad sobre bases de granito, construída en Egipto, como las pirámides.



Hamza y el dueño de la barcaza que los egipcios llaman Mamelluck, nos deleitan la tarde con su danza de Belly Dancing masculino, como siempre de bayuncos los salvadoreños, mi mujer y yo entramos a payasear un rato.

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