Yo no lo conocí, sin embargo sé que existió con una existencia real que daba miedo. Le gustaba leer, estudiar, profundizar en la literatura, en las letras que dejan huella para la eternidad, en la literatura, en la novia de todos y esposa de pocos.
Según parece el sacrificio de vivir se elevó a una potencia bárbara en su caso. Caminaba entre espinas y como no le importaban, caminó entre brasas que a la postre lo confinaron a una cama que se lo llegó a tragar en cuerpo, no en alma, porque el alma nos la dejó a nosotros.
El alma de un poeta nunca se va, el alma de un poeta nunca se muere, el almade un poeta se queda para siempre entre los mortales como para seguir su ruta hacia la alondra, para enseñarnos que hay un mundo de sueños a donde no van todos los espíritus a morar, solo los escogidos, solo los iniciados, solo los poetas.
No me pudo e investigué su caso, pobrecito su cuerpo moribundo, cómo se aferró a este mundo lleno de marionetas que pululan por la calle y que se pasan la vida yendo al cine y al estadio, deteniéndose a mear detrás del primer palo que se encuentran en el camino. No, pero él no era así, él se movía con la soledad, como todos los poetas, pues. Si no es de una manera es de otra. O abatido a balazos de amor como Becquer y Acuña, o abatidos a balazos de amigos como el caso de Dalton, nuestro vate máximo.
No, no me tilden de metido, oportunista y maniobrero antes de tiempo, cierto yo no lo conocí ni nunca fui su amigo, pero sí le asimilé el espíritu, porque el corazón de un poeta no deja de palpitar cuando se muere. No, ahí comienza a definir la palabra verdadera, la que vierte pureza, la que les luce a los iniciados.
Adiós cuerpo del poeta que pronto serás ceniza...adiós
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