Mi hija Lalita, mis gemelos Guillermo y Jesús y mi mujer Amalia, el día de mi primera muert, mi familia se descuartizó esa mañana...
La noche del 16 de octubre de 1983 hice el último recorrido por mi capital, no lo hacía solo, lo hacía con mi entrañable amigo y colega Tito Zelada quien fue lo suficientemente valiente como para arriesgarse al andarme llevando en su carro pues yo andaba una cola más grande que la cola de la Coca Cola. Ya no voy a entrar en detalles sobre las razones, baste decir que a la sazón yo era profesor de Historia de las Doctrinas Políticas en la Facultad de Derecho de la Universidad de El Salvador para entender la historia completa, los que vivieron la guerra lo van a tener más claro.
Gracias públicas a Tito por su acto de valentía en honor a una amistad más allá de lo creíble
Esa mañana camino al aeropuerto llevaba un nudo en la garganta que todavía no me ha bajado, deseaba que la carretera se hiciera más larga, veía las montañas y las clavé en mi retina para siempre…allá estaba el mirador de Los Planes que tantas veces me vio llegar de niño de la mano de mi papá y luego con los Scouts y luego, paseo obligado, con mi novia que hoy convertida en esposa iba acompañando al muerto al cementerio de Comalapa.
Cuando llegó el momento de la despedida, de entrar por la puerta a donde solo se pasa si llevas el boleto de avión, solo entonces comprendí lo que es ver el dolor cara acara, jamás me sentí más amado, jamás había sentido amar a aquellos seres que me decían adiós, jamás había visto llorando tan amargamente a mi papá, mi mujer explotó, mis hijos gritaron, ya no importaban las miradas de morbo, simpatía y curiosidad de otras gentes en aquel lugar que había tomado momentáneamente la categoría de tumba. Mi hija Lalita lloraba tan lastimeramente ¡No me deje papito, no se vaya por favor!, que a otras gentes en el aeropuerto les arrancaba lágrimas y se detenían también a consolarla.
Todos me lloraron en vida...
Nadie sollozaba como yo en aquel vuelo de TACA, esta vez por un dolor distinto, ahora el dolor era de mi tierra, cuando aquel avión tomó pista y despegó sentí que el alma me arrancaban de raíz de mi patría querida. Me quedé sin hijos, me quedé sin esposa, me quedé sin padres, me quedé sin hermanos, me quedé sin amigos, me quedé sin país, me quedé sin nada…..
La vida y la muerte se mezclaron en el instante, aquella muerte representó a la vez un nacimiento. Como toda muerte, aquello causó dolor, como todo parto también arrancó un primer grito de existencia en otra parte, un grito mortuorio que se convirtió en vajido.
Fue un entierro bien raro, en vez de irme para abajo, me fui para arriba…hoy hace 27 años…..
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