Yo no lo conocí,
sin embargo sé que existió
con una existencia real que daba miedo.
Le gustaba leer, estudiar,
profundizar en la literatura,
en las letras que dejan huella para la eternidad,
en la poesía, la novia de todos y esposa de pocos.
Según parece, el sacrificio de vivir
se elevó a una potencia bárbara en su caso.
Caminaba entre espinas y como no le importaban,
caminó entre brasas, que a la postre lo confinaron
a una cama que se lo llegó a tragar en cuerpo,
no en alma, porque el alma nos la dejó a todos
los que "nacimos medio vivos después de 1932".
El alma de un poeta nunca se va,
el alma de un poeta nunca se muere,
el almade un poeta
se queda para siempre entre mortales
para seguir su ruta hacia la alondra,
para enseñarnos que hay un mundo de sueños
a donde no van todos los espíritus a morar,
solo los escogidos, solo los iniciados, solo los poetas.
No me pudo e investigué su caso,
pobrecito poeta que era él.
Su cuerpo moribundo,
se aferró a este mundo
lleno de marionetas que pululan por la calle
y que se pasan la vida yendo al cine y al estadio,
deteniéndose a mear detrás del primer palo
que se encuentran en la calle.
No, pero él no era así, él se movía con la soledad,
como todos los poetas, pues.
Si no es de una manera es de otra:
abatido a balazos de amor como Becquer y Acuña,
o abatidos a balazos de amigos como en su caso.
No, no me tilden de metido antes de tiempo,
cierto yo no lo conocí ni nunca fui su amigo,
pero sí le asimilé el espíritu,
porque el corazón de un poeta
no deja de palpitar cuando se muere.
No, ahí comienza a definir la palabra verdadera,
la que vierte pureza, la que les luce a los iniciados.
Adiós poeta que yo no conocí...adiós.
Un sorpresivo halago: Al leer este poema en mi página de Facebook, el notable escritor salvadoreño Juan José Dalton, hijo de Roque, me escribió esta nota por demás alagüeña:
Un sorpresivo halago: Al leer este poema en mi página de Facebook, el notable escritor salvadoreño Juan José Dalton, hijo de Roque, me escribió esta nota por demás alagüeña:
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