Todo parecía indicar que el pasado lo corroía como alimaña de granja vieja. Sentado al lado de la calle no parecía un hombre común y corriente. Embozado en ese gabán aún cuando el calor era insoportable, nadie hubiera creído que era un ser normal.
Yo ya tenía más de media hora de estarlo viendo y cuando de vez en cuando él dirigía su mirada hacia donde yo estaba, me hacía el desentendido para no entrar en problemas verbales con aquel hombre misterioso.
De vez en cuando metía su mano tembleque en una bolsa que traía al lado y sacaba algo que nunca atiné a saber qué era; sólo advertí que era algo celosamente guardado y cada vez lo buscaba como para asegurarse que aún lo tenía consigo.
De pronto se apoderaron de mí unas leves ganas de mear que pude manejar por unos quince minutos. Yo estaba determinado a saber qué demonios estaba haciendo aquel ser sombrío a orillas de la calle. Olvidaba decir que aquella era una calle sin pavimentar, y cada vez que pasaba un carro, levantaba una nube de polvo que casi cubría por completo la visibilidad.
Los mosquitos empezaron a molestar al tipo que al principio los espantaba con un movimiento de manos y cabeza; después empezó a tolerarlos al punto de permitir que se posaran en sus labios a su antojo. De vez en cuando resoplaba para deshacerse de ellos, pero nada, seguían pululando en su boca con ahínco.
Las ganas de orinar se fueron tornando insoportables y corrí a desaguar atrás de unos arbustos que salieron al rescate para la ocasión "Al fin y al cabo, sólo será un par de minutos" -dije en mis adentros- "No se moverá este viejo..."
Pero aquello se hizo larguísimo, no terminaba de salir agua de mi uretra, parecía que estaba haciendo competencia de mear con un camello -aunque reconozco que el placer era fenomenal.
Cuando por fin salió la última gota, me medio sacudí el "nabo", me subí el ziper apresurado y corrí a posarme en el lugar para ver qué ondas con el tipo de la orilla de la calle.
Un carro acababa de pasar por el lugar y dejé que se desavaneciera el polvo que había dejado a su paso.
Nada, cuando todo aclaró ya no quedaba ni sombra del que había sido un hombre sentado a la orilla del camino, se lo había tragado la tierra,
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