sábado, noviembre 24, 2007

UN SALVADOREÑO EN TASMANIA


"Los que nunca sabe nadie de dónde son..."
Roque Dalton

7:00 pm, día miércoles de principios de agosto 2007

Cuando vi el portentoso buque desde el taxi en la distancia en el puerto de Melbourne, Australia, no me lo podía creer.

Estos animales sólo los había visto en películas de ficción, y ahora me disponía a abordarlo en persona. Un inmenso barco cuyas luces me parecía que iluminaban el universo entero. Conforme nos acercábamos parecía que se hacía más grande y el deseo de estar adentro sobrellevaba mi emoción.

¡Nos había costado tanto el conseguir boletos en el "Spirit of Tasmania"! Pululamos en el centro de Melbourne por casi medio día buscando un lugar en el famoso transporte marítimo (y buscando el mejor precio, porque Australia es el país más caro que hemos visistado). Y ahora pagaba el esfuerzo.

Melbourne, comprando los boletos para el Spirit of Tasmania

Al llegar frente al mostrencón casi me quedo sin respiración porque sin habla...me quedé.

Primero pasamos por los portones de seguridad y luego de abordar un ascensor, llegamos a una sala de espera en donde en un mostrador esperaba una amable empleada que luego del correspondiente chequeo nos señaló dónde esperar la señal de abordo. La gran sala vacía en aquel momento estaba decorada con motivos marinos, cosa natural. Más tarde atosigaron el lugar un gran número de bichos de colegio que, todo entusiasmo, interrumpieron el silencio con un griterío ensordecedor que me hizo extrañar los pericos que pasaban por los cielos de San Salvador todos los días ahí por las cinco de la tarde, alla cuando era un niño (por que hoy ya ni talchinoles quedan por todo aquello...)

Al fin llegó el momento de abordaje. En un orden propio del australiano, recorrimos un largo pasillo que nos llevó a una escalera mecánica la cual nos puso en un minuto en el lujoso yate. Salas pulcramente limpias y ordenadas con televisores plasma en puntos estratégicos de las paredes, muebles y mesas de centro invitando al descanso, pequeñas mesas con computadoras con servicio de internet, restaurantes y cafeterías, una tienda de souvenirs y un equipo de empleados de abordo que te hacen sentir el dueño del buque con su tratamiento extremadamente amable, nos esperaban en el "deck" principal.

El buque es tan vasto que le caben un sinnúmero de vehículos, camiones y rastras con sus trailers incluídos (por un momento sentí un natural temor de que se fuera a hundir aquella embarcación con tanto mastodonte adentro). Luego del asombro de los primeros momentos nos fuimos a acomodar a nuestras butacas reclinables del color azul que tanto me fascina. Como la navegación es de noche (el horario señala que zarparemos a las 9 de la noche y arribaremos en Devonport, Tasmania, a las 6 de la mañana), mi mujer y yo nos echamos sendas colchas anticipando una dormida fenomenal suavemente soñando en el Mar de Tasmania...

II

El capitán anuncia en los parlantes que en cinco minutos iniciamos el viaje y yo no puedo estar más ansioso. Inicia el deslisamiento de la nave en las aguas bravas y nuestra curiosidad se revuelve con una natural fascinación por lo desconocido. Un aire de importancia y mi ya célebre pensamiento de no creer que yo soy el hijo del campesino y la costurera criado en un mesoncito de mala muerte en San Salvador, se comienzan a posesionar de mí. Pronto algunos pasajeros (incluída mi mujer), comienzan a roncar y yo comienzo a sudar helado...

Unos quince minutos dentro del viaje, el movimiento de vaivén me va revolviendo el estómago y la cabeza me empieza a recordar los días de mi infancia subido en la voladora o el martillo en las fiestas de agosto en San Salvador. Mi naturaleza nunca aceptó ese movimiento circular, siempre fui remalo para tolerar el zangoloteo. Intento dormir, pero no puedo conciliar el sueño, el malestar crece a mil revoluciones por segundo, además tengo planes de ir al internet a meter algo en mi blog que no ha sido tocado en varios días que llevo en Australia.

III

Una esperanza pendeja de que al levantarme me va a pasar el horrible malestar y mi deseo de ir al internet hacen que me levante y vaya a la sala, un minuto más tarde el malestar es peor. Me sujeto de los manerales que lleva por todas las paredes la nave para evitar caerme porque el mar está bravo; a estas alturas ya me han agarrado unas horrorosas ganas de vomitar de los ochenta mil diablos, ahora busco un baño, con el vómito cerca del gaznate le pregunto a un empleado dónde está el más cercano y me señala un punto hacia donde medio corro, porque si corro del todo iré a rebotar contra la pared; abro las puertas y me meto al lugar que a estas alturas es el cielo para mí, me aposento de pie frente a la taza y me inclino concentrado para que aflore el vámito y nada. Entonces recurrí al tradicional dedo índice hasta la campanilla y más tardé en zampármelo que los noodles en acudir a su cita con el retrete. Los noodles que me había comido temprano en un restaurante chino frente al río Yara de Melbourne quedaron en el Spirit of Tasmania bien ahogados.

Medio recuperado, luego de un enjuague y una secada de lágrimas, que siempre acuden cuando se vomita, me voy a sentar frente a una computadora solo para que me bajara con veinte dólares australianos, ya que cuesta un dólar por minto, y es el sistema más lento que en mi vida he tocado, allí escribí una entrada en mi blog justo cuando estaba viviendo la experiencia. Me seguí sintiendo miserable hasta que como pude me regresé a mi aposento y quejumbroso medio me dormí hasta que de arribamos en el puerto de Devonport en el norte de la isla de Tasmania, a eso de las siete de la mañana.

IV

La empleada de Hertz, Rent a Car, en el puerto de Devonport quizás me vio cara de pendejo ya que me sacó un plan en el que me iba casi a sacar los ojos. Curiosamente a medio centímetro de ella estaba la empleada de Avis, Rent a Car, quien me dio un plan en el que casi me regala el carro. Nos encasquetamos en el pequeñito que por casualidad era igualito al que habíamos rentado en Camberra para viajar a Melbourne el sábado anterior; nos vamos a alquilar un cuarto en el hotel Edgewater, dejamos allí nuestros tiliches, y al camino.

Mi mujer relaxing en la cómoda butaca antes del viaje de regreso de Tasmania a Melbourne

Nos vamos a atravesar la isla buscando Hobart, la capital del estado que queda a unos trescientos kilómetros de Devonport. Disfruto la manejada en la isla, desayunamos en un restaurante del camino que tiene una vista fenomenal de la naturaleza tasmania, como me encanta el café por la mañana, eso fue exactamente lo que pedí de entrada. Luego de media hora en el lugar, seguimos tierra adentro a una nueva ciudad del mundo, voy cansado y a la mitad de la isla me detengo en un rest area, me bajo a cambiarle el agua a las aceitunas y me regreso y decidimos con mi mujer dar una dormidita en el carro, la dormidita estaba tan rica, que si no es porque unos bichos australianos nos tocan el vidrio por la ventana para decirnos que teníamos las luces del carro encendidas, esta fuera hora que todavía estuviera durmiendo.


Paisaje tasmanio

El clima está medio lluvios al ir llegando a Hobbart, el sol apenas sale, el ambiente es opaco, aquí se maneja a la derecha del carro y a la izquierda de la carretera, la concentración tiene que ser más aguda ya que estoy usando partes del cerebro que nunca uso y "chichemente" me puedo ir a hacer parche por un mínimo decuido.

Llegamos a Hobart un poco después del medio día, la ciudad es pequeña, el paisaje es lindo, la gente fenomenal, busco y encuentro parqueo y caminamos por el centro, otra ciudad del mundo que experimento con mi vieja, comemos algo,

Este es el lugar situado más al sur del mundo que hemos visitado, extendemos la mano y tocamos la Antártida, wow, sigo si podérmelo creer.


Centro de Hobart.

V

Nos tenemos que regresar porque queremos llegar a Devonport antes de que oscurezca, me medio cuesta encontrar la salida hacia la carretera que me va a llevar a mi destino, salimos al fin y los cálculos me fallaron ya que un poco adelante de la mitad del camino ya estaba oscuro.

¡La vieja! Ando sin mis anteojos, que es casi como andar sin mis ojos, ya que los dejé en el carro de Huguito en Sydney, puta cuádruple concentración: manejando a la derecha, a la izquierda de la carretera, de noche y sin anteojos, más cabrón no se puede. Madre mía, ojalá que no me pierda porque eso ya va a ser el colmo de la tragedia.

Finalmente llegamos a destino! Jamás nos hemos sentido más aliviados y agradecidos de Dios por estar vivos. Al llegar al hotel nos sentimos tan revividos con mi vieja, nos echamos una ducha rapidita y nos vamos al restaurante del hotel a practicar uno de mis dos verbos favoritos : comer.

Nos acomodamos a una de las mesas del lugar y como no nos atendieran pronto, nos fuimos a la cocina a ordenar lo que queríamos comer. Al notar mi inglés con fuerte acento español, el chief me dice:

-Puede hablarme es español si lo desea.

Yo le digo aliviado:

-Pués claro que lo deseo, ¿de dónde eres tú?
-Soy de El Salvador, un país centroamericano.
-Qué ¡¿Un salvadoreño en Tasmania!? No te lo creo, de qué parte de El Salvador sos?
-Soy de Nahuizalco, un pueblito de Sonsonate.

Si dijo Nahuizalco, no había duda que era salvadoreño. Se llama Oscar Escobar, nos contó que hay cuatro familias salvadoreñas en Tasmania, nos atendió de maravillas sabiendo que eramos compatriotas.

Oscar Escobar, un salvadoreño en Tasmania

Aquel encuentro tocó una fibra que me hizo pensar que no había hecho mi viaje en vano, no hay duda, salvadoreños habemos en todas partes del mundo.

"Los que nunca sabe nadie nadie de dónde son..."

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