Un consejo de guerra presidido por el general Manuel Antonio Castañeda juzgó y condenó a Agustín Farabundo Martí y a los líderes estudiantiles Alfonso Luna Calderón y Mario Zapata a morir fusilados en el Cementerio General de San Salvador, previo traslado desde sus celdas en la Penitenciaría Central.
La noche del 31 de enero, Martí, Luna y Zapata la pasaron, tranquilos, aunque sin dormir. Cuando sonaron las cinco de la mañana del siguiente día, 1de febrero, recogieron algunos pocos objetos personales y, luego, se pusieron frente a la puerta de la celda esperando su apertura. De Martí y de Luna ningún familiar llegó a despedirse.
Se marca el momento de la conducción de los sentenciados al sitio de ejecución. Estos son introducidos en un coche celular de la policía. La marcha, según apunta una crónica periodística, la abrían carros con oficiales del ejército, seguía un vehículo con los condenados, luego un carro con algunos de la Escuela Militar, después camionetas con guardias nacionales y dos camiones con tropa armada de ametralladoras y, cerrando la columna, más carros con miembros del ejército.
A las siete y cinco desemboca la columna en la explanada situada al norte del Cementerio General. Se forma el cuadro de fusileros que debía ejecutar la sentencia. Vuélvese, por tercera vez a dársele lectura a la sentencia y, terminada, el secretario particular del general Martínez, señor Jacinto Castellanos Rivas, abraza, separadamente a Martí, a Luna y a Zapata. Esta definitiva, como dramática despedida, obedecía a un deseo de los condenados, manifestado al señor Castellanos Rivas, en forma muy íntima. Martí, Luna y Zapata querían que fuera él la última persona a quien abrazaran, y fue en su calidad de amigo, y no como funcionario de Casa Presidencial, que estuvo acompañándolos hasta el último instante.
A las siete y doce minutos se separan las personas que se hallaban acompañando a los condenados a muerte. El último en dejarlos es el sacerdote católico, Pedro Jesús Prieto Villafañe. Contrariamente a como lo informaron algunos diarios de la época, Martí, Luna y Zapata no hicieron confesión religiosa ni ningún acto de constricción.
Martí pide, a nombre de sus compañeros, que no se les vende los ojos, que les fusilen de frente disparándoles al pecho.
En el último instante, y casi a la par de las voces de mando del oficial que dirige el pelotón de fusileros, Martí, con firmeza, empieza un "Viva el Soco..." que así queda, incompleto, porque la descarga de los fusileros lo apaga. Caen abatidos los tres comunistas. Son las siete y cuarto de la mañana. Al contrario de los demás la muerte llega lentamente para el camarada Zapata...Allí cayeron, bajo las balas asesinas del pelotón de fusilamiento, con la dignidad de los héroes revolucionarios.
El 1 de febrero Martí fue ejecutado junto a Luna y Zapata, por un escuadrón del ejército asesino y represivo. Pero Farabundo no murió ese día, hoy vive y será siempre la inspiración y guía de los revolucionarios que buscan la transformación total de El Salvador.
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