A principios de diciembre sentí una especie de bola
pesada en la base del esófago a la altura del diafragma y, aunque le di
importancia al aviso, sabiendo que gozo de una salud
excepcional, la importancia no fue capital.
Pasados tres días y la famosa bola no desaparecía, me
preopcupó y me fui a la Sala de Emergencias o ER (por las siglas en
inglés), del famoso hospital Kaiser Permanente que es el que lleva
control de mi salud por los últimos 23 años. De inmediato los asistentes
médicos me sometieron a todos los chequeos aplicables al caso,
prevaleciendo un electrocardiograma y rayos X, dando resultados
favorables, todo estaba normal. La famosa bola era un reflejo digestivo,
manejable con las milagrosas tabletas digestivas Tums, que podía comprar en cualquier farmacia.
De todas maneras me recomendaron tomar un examen de
resistencia en la máquina corredora, solo para estar cien por ciento
seguros de que todo andaba bien con mi corazón. Me sentí aliviado, luego
en el camino pasé por un supermercado Safeway, me merqué mis Tums y me olvidé de todo el rollo, concentrándome en los exámenes finales de los bichos de mi escuela y las fiestas de fin de año.
Como vieran en el hospital que no le ponía mucho coco y no
llamaba para hacer una cita para realizar el test de resistencia, o lo
que los gringos llaman ECG (Electrocardiography) Test, comenzaron a
joder con llamadas telefónicas y correos electrónicos a fin de hacerme
regresar a la sala de ejercicios, (lo cual altamente agradezco), y
finalmente acordamos que iría el dos de enero a la una y treinta de la
tarde a la bendita práctica que, para ser justos, ha salvado a muchos de
problemas serios, icluyendo ataques al corazón y muertes inesperadas.
Llegué al lugar, una asistente médica nada sonriente y con
los labios bien pegados me tomó el pulso y la presión sanguínea.
Impasible, sin enviar mensajes ni con lenguaje corporal. Me pegó un
número de alambres en el pecho, que conectó a una computadora, luego me
dijo "acuéstese", señalando a una cama que para el propósito estaba en
el pequeño cuarto, dio media vuelta y dijo, como algo rutinario, "espere
a la enfermera que le hará el test", desapareciendo detrás de una
cortina.
Yo me quedé acostado, enchufado y pensativo..."¿Cómo estará
mi presión sanguínea...? La última vez que me chequearon estaba llegando
a 'alta'...Mmmm" En estos pensamiento apareció Ms Laury Smith, una
rubia entrada en años que de entrada me hizo un par de preguntas que
tenían que ver con mi trabajo: si conocía a X o Y personas en la
escuela, etc. Objetivo: tratar de relajarme porque posiblemente estaba
ansioso por lo qué le podría estar pasando a mi carburador.
La señora Smith me ordena que me suba a la máquina y empiece a
caminar sobre la faja, advirtiéndome que el objetivo era llegar a 144
puntos de intensidad en la computadora que está frente a mí y expulsa
una gráfica al mismo tiempo que informaba sobre el progreso de las
palpitaciones del corazón y otras cosas que yo ignoro por completo.
Mi cuerpo se fue calentando y el conteo incrementando
proporcionalmente. La corredora va aumentando su aceleración y yo paso
de simple caminar, a un pequeño trote y con los ojos puestos en los
números. Me empiezo a cansar "Dios, apenas voy por 84, me faltan casi un
millón..." Uf! Oigo el ruido de mis pies sobre la faja que ya empieza a
sonar con eco en mis oídos y la máquina señala apenas 100.
Dum, dum, dum dum! Yo inhalando aire por la nariz y
expulsándolo por la boca, tal como lo aprendí en los entrenamientos de
joven en los diversos equipos de basket o de fútbol. Comienzo a
jadear..."God! 124, solo 20 faltan...!" Dum, dum, dum, ¡Al fin 144! "Le
voy a dar ajuste a esta vieja" y paré en 151...! A estas alturas ya el
corazón parecía en su latir el redoble de batería de Mike Shrieve en el
Soul Sacrifice de Woodstock.
Ms Smith me comienza a interrogar:
- ¿Por qué se detuvo?
- Pues ya estaba cansado, y llegué al objetivo de 144 pulsaciones ¿No es cierto?
- Mmmm...Sí pero pudo haber ido parando poco a poco.
- No way, si daba dos pasos más me desplomaba.
A todo esto yo ya estaba de vuelta en la cama jadeante,
respirando con esfuerzo y mi habla bien entre cortada como era de
suponer.
- Mmmm...No me gusta mucho su condición, tiene alta la presión sanguínea, la gráfica me hace pensar que está e la frontera de...
- ¿En la frontera de qué? Le pregunté con alarma. "Puta, Aquihoras se me para el chacalele de pronto..." Pensé para mi coleto
La enfermera se limitó a darme un par de palabras de alivio:
"No es para que se procupe, voy a recomendar que hable directamente con
el cardiólogo y él le dirá los pasos a seguir. Llame para una cita la
póxima semana," dijo con gran desenfado, la actitud de "business as
usual" que presentan en su trabajao todos los expertos. Mientras yo me
sentí ya muerto. "La vieja! ya me tocó irme del barrio..."
Me fui del hospital con el cansancio físico, el vergazo
sicológico y la subsecuente pérdida de control, al punto de literalmente
no encontrar la puerta de salida de aquel edificio por el que he
entrado y salido cientos de veces en calidad de paciente o visitante,
por 23 años.
El resto del día le hice saber la noticia a mi mujer y a mis
hijos, de afuera del ámbito familiar sólo compartí la mala nueva con mi
hermano Guillermo y mi amigo Neto Monge, que es casi mi hermano. No
dormí tranquilo de ahí en adelante, ya sentía que daba el vergazo, me
metí a todos los sitios en donde podía encontrar respuestas a cientos de
preguntas sobre enfermedades cardiovasculares. Advertí cuán equivocado
estaba al creer que por no fumar, no chupar (alcohol☺), hacer
ejercicios, guardar un peso más o menos acorde a mi estatura y llevar
una vida disciplinada, no podía sufrir del corazón. ¡Verga...!
El jueves me llamaron del hospital otra vez para pedirme que
llegara el viernes a las once y cuarto a una entrevista con la
cardióloga Gagandeep Sandhy. Amaneció y no amaneció y salí raudo y veloz
al nosocomio, mucho antes de la hora prevista, para ver a Lady Gaga.
Luego de una conversación de 45 minutos con la cardióloga,
una espigada morena en sus cuarentas, originaria de la India, con una
reputación de ser una de las mejores cardiólogas del Kaiser. Plática en
la que, sin ella mostrar ninguna emoción, tocamos historia familiar de
problemas cardiovasculares (No problemas); mi estilo de vida, mis
hábitos en el comer y el beber y tipo de trabajo, entre otras cosas.
Después pasó a un examen exhaustivo de mi sistema
respiratorio, poniendo el estetoscopio en distintos sectores de la caja
torácica, siempre sin dar indicios ni de tus ni de mus. Salió
del despacho en busca del examen de resistencia que había puesto en duda
a la enfermera y luego de un análisis de todos los resultados (y al fin
sonriente), llegó a la conclusión de que: a. El examen de resistencia
cardíaca lo pasé en un cien por ciento; b. No tengo hasta hoy ningún
síntoma de padecimiento cardio vascular, y c. mi pulso y mi presión
sanguíneas son normales, por tanto que no hay señales de un problema
serio en mi corazón a corto plazo.
Eso sí, me recomendó hacer más ejercicios de los que hago
(que en su opinión casi ni hago), que evite lo más que pueda las carnes
rojas, (los camarones y la carne de cordero especialmente), que tome
leche totalmente descremada, que no coma quesos ni mantequillas, y que
evite la sal y los alimentos fritos con mantecas o aceites. Todo esto no
porque pueda tener un episodio cardiovasular a corto plazo, sino porque
es bueno llevar una vida saludable hasta donde se pueda.
Sentí que aquella mujer me había regresado de la tumba y así
se lo dije expresamente y con ojos vidriosos, ya que me hizo sentir
saludable, joven (sesenta es joven en tiempos modernos, me dijo en un
punto de la conversación), y hasta guapo. Encontré la salida del
hospital con los ojos cerrados.
En cuanto a la famosa enfermera y su actitud alarmista, luego
de mi conversación con la cardióloga le eché una puteada (mental),
porque me pudo haber dado un real ataque al corazón por la forma de
plantearme el problema. Minutos después, tomándolo con más calma, pensé
que en realidad tengo razones para agaradecerle porque de no haber sido
por ella, no hubiese tenido un cheque serio de mi chacalele y menos
hubiera mejorado mis hábitos y rutinas diarias, precisamente en la época
de adoptar resoluciones de principio de año.
Nadie garantiza que no puedo caer redondito de un ataque al
corazón, pero desde el viernes recuperé el sueño y mi familia ha vuelto a
ser feliz, y eso no tiene ningún precio☼