Esta fábula de Hartzenbusch la leí por primera vez en 1971 en el libro El Hombre Mediócre de mi admirado filósofo argentino José Ingenieros, y me impresionó ad infinitum. Dice más o menos lo siguiente:
Una brillante y alegre luciérnaga volaba por la floresta y al observarla un sapo, dio tremendo salto, la alcanzó y la aplastó. Antes de fenecer la luciernaguita le preguntó al sapo:
-¿Por qué me aplastas...?
A lo que el envidioso sapo respondió:
-¡Porque brillas!
Antes de pensar a cuál de mis semejantes le podría quedar a la medida el cáustico mensaje, busqué el envidioso que instintivamente había dentro de mí. Busqué el sapo que existía en Alfredo Campos y traté de dominarlo para tratar lo mejor que podía de erradicarlo de mi alma.
La vida me ha enseñado no solo a no sufrir porque otro brille en cualquier area, material o espiritual, sino a alegrarme genuinamente de que así sea.
En la vida mucha gente brillante se ve acosada por tanta mediocridad y tanta envidia que les acaban asfixiando. Por eso antes de ponerle atención a que alguien envidie algo de mí, soy más cuidadoso de no ser yo el que envidie algo de alguien.
No soy santo, tengo defectos que me encantan y hasta los disfruto. Pero gracias a Dios que el defecto-pecado de la envidia no lo guardo en mi corazón, y por eso SOY FELIZ!!!!
Una brillante y alegre luciérnaga volaba por la floresta y al observarla un sapo, dio tremendo salto, la alcanzó y la aplastó. Antes de fenecer la luciernaguita le preguntó al sapo:
-¿Por qué me aplastas...?
A lo que el envidioso sapo respondió:
-¡Porque brillas!
Antes de pensar a cuál de mis semejantes le podría quedar a la medida el cáustico mensaje, busqué el envidioso que instintivamente había dentro de mí. Busqué el sapo que existía en Alfredo Campos y traté de dominarlo para tratar lo mejor que podía de erradicarlo de mi alma.
La vida me ha enseñado no solo a no sufrir porque otro brille en cualquier area, material o espiritual, sino a alegrarme genuinamente de que así sea.
En la vida mucha gente brillante se ve acosada por tanta mediocridad y tanta envidia que les acaban asfixiando. Por eso antes de ponerle atención a que alguien envidie algo de mí, soy más cuidadoso de no ser yo el que envidie algo de alguien.
No soy santo, tengo defectos que me encantan y hasta los disfruto. Pero gracias a Dios que el defecto-pecado de la envidia no lo guardo en mi corazón, y por eso SOY FELIZ!!!!
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