Después que María y José habían llegado a Belén, María dió a luz a su bebé en un humilde pesebre de paja, en un establo junto a los animales.
Este lugar era lo único que ellos habían podido conseguir durante su estadía en Belén. No eran personas que poseían riquezas materiales. Pero tenían la enorme responsabilidad y el honor de criar y educar al hijo de Dios.
El calor de María, unas pobres mantas y su humilde cunita hecha de paja lo abrigaban.
En ese mismo instante, muy cerca de allí, un grupo de pastores descanzaban con sus rebaños de ovejas. Los pastores de ovejas en las noches estrelladas solían agruparse entre ellos para conversar y protegerse entre sí de los lobos y ladrones que acechaban por la zona.
Estando todos reunidos de pronto vieron una luz intensa los sorprendió, ellos tuvieron muchísimo miedo.
La luz que los encandiló era un ángel que se acercó a ellos y les dijo que no temieran y les contó que el Mesías había nacido. También les explicó como llegar hasta el establo donde Jesús estaba y de qué manera encontrarían al niñito.
Miles de ángeles celestiales cantaban en el cielo "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra Paz, buena voluntad para con los hombres".
De esta manera los pastores llegaron establo y se encontraron con María, José y un bebé muy especial envuelto en sencillas mantas en una cunita hecha de paja, tal cual se lo había descrito el ángel.
Los pastores se arrodillaron ante el niño y lo adoraron, le contaron a María y a José lo que les había ocurrido aquella noche, y el anuncio del ángel.
María escuchaba estas palabras con atención, mientras se fortalecía pensando que Dios estaba dirigiendo todas las cosas. Ella sabía perfectamente donde se encontraba su hijo y a pesar de que estuviera en un humilde pesebre Dios los acompañaba.
De esta manera, Jesús, el libertador que el pueblo de Israel había esperado durante tanto tiempo, nació en un establo, muy lejos del brillo de los grandes palacios y los festejos que comúnmente rodeaban el nacimiento de un rey.
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