El pasado 17 de octubre se cumplieron 34 años, del asesinato por parte de las fuerzas represoras de la tiranía militar, de Lil Milagro Ramírez, una de las intelectuales revolucionarias más celebradas de la historia de nuestro país.
Inteligente, revolucionaria y poeta, la malgama perfecta para establecer un cambio en la vida social de un país que, como El Salvador, urgía de los líderes que lo implementaran. A 34 años de su martirio, el cambio sigue igual de urgente.
Aquí, la carta que la poeta le enviara a su padre, explicándole las razones por las que se lanzó en cuerpo y alma a la lucha revolcionaria y el clandestinaje. Un documento de trascendencia en la historia del país.
Lil Milagro Ramírez en su graduación de bachiller del Instituto Miguel de Cervantes de San Salvador |
(carta manuscrita) I Parte
Querido Padre:
¿Con
qué palabras puede una hija que sabe el sufrimiento de sus padres
dirigirse a ellos? ¿Con qué derechos? Y sin embargo, yo sé lo noble que
son ustedes y no dudo que en el fondo de su corazón me han buscado mil
excusas, han querido justificarme, se han desesperado por comprenderme y
analizar mi proceder a partir de aquel 25 de julio en que tú me viste
abordar un avión cuyo destino ignorabas.
Tengo en contra mía
que en los últimos años muy poco nos comunicamos directamente, yo fui
sufriendo un proceso de maduración política y personal del que ustedes
sólo vieron algunas manifestaciones y aquella mi decisión que entonces
debió haberles parecido repentina y que no parecía guardar relación
alguna conmigo no era más que la búsqueda de un camino que hacía
bastante yo había presentido, el camino de mis ideales, de mis
principios; porque ya no puedo, padre, ser hipócrita conmigo misma, y
cuando me convencí plenamente de que en América Latina hacía mucho que
había comenzado a librarse una batalla a muerte en contra de la
opresión, la explotación y el imperialismo, y cuando me di cuenta que mi
país, lejos de ser la excepción, sufría en carne propia ese miserable
destino, me sentí profundamente responsable.
A mí la vida me había dado
tanto, un hogar, una inteligencia, unos padres que me formaron
moralmente y me pusieron en el camino de la cultura y la instrucción,
que me enseñaron a amar la verdad y la justicia, que me demostraron que
no son el dinero ni las comodidades materiales lo que forja a una
persona, y una conciencia que me indicaba un camino a seguir, ¿podía yo
dar la espalda a todo lo que predicaba? Definitivamente que no. Cuantas
veces en la universidad, en mis artículos, en los mítines, en los
programas de radio y en las conversaciones personales con los demás no
dije que había que luchar, no reconocía que Camilo y el Che eran un
ejemplo que debía seguir? ¿No me enseñó mi madre a admirar y amar a
Simón Bolívar, el libertador e inspirador de toda lucha de liberación
americana?
Pero las palabras no bastan cuando uno es sincero y cree
honestamente en lo que dice y admira la obra de quienes han vivido de
acuerdo a lo que piensan, no queda otro camino que actuar en
consecuencia, aunque los sacrificios sean grandes y dolorosos; porque
en ningún momento voy a negarte lo duro que es estar separado de ustedes
y de todo lo que me era tan querido, sobre todo cuando llegan las
fechas de los cumpleaños, de los aniversarios, de las fiestas familiares
que siempre celebramos unidos; pero así mismo, soy sincera al
confesarte que si me hubiera quedado, desoyendo cobardemente la voz de
mi conciencia, si me hubiera escudado en mis comodidades, si no hubiera
tenido el valor de renunciar a la vida cómoda que me prometía mi
profesión, me hubiera sentido profundamente humillada, y lo que es peor,
andando el tiempo me hubiera convertido en uno de tantos profesionales
que tan despreciables me parecen ahora, porque después de haberse pasado
su juventud gritando y protestando, al doctorarse, al establecerse,
comienzan a ceder a sus “errores del pasado”.
Se califican así mismo de
quijotes y traicionan lo más puro que hubo en sus vidas y terminan por
claudicar, y unos hasta se ponen voluntariamente al servicio delos
regímenes que ayer, cuando eran capaces de desenmascararlos, no dudaban
en golpearlos, encarcelarlos y matarlos si era necesario. Yo no quería
ser eso padre, te aseguro que sentía una angustia muy grande al verme
casi de manera inevitable en camino de ser una tuerca más de ese odioso
sistema capitalista y burgués al que no quería servir, pero en el cual
me encontraba ya metida. Nadie puede echarme en cara que yo no tratara
de luchar en diversas formas, desde los 20 años en la universidad,
cuando opté por un cargo estudiantil, ¿recuerdas que nos tocó la primera
huelga de ANDES? Fui una de las que más se entregó en aquella batalla y
mis sentimientos de frustración e impotencia comenzaron a formarse al
ver que al pueblo indefenso que pedía justicia se le respondía con la
represión y la muerte.
Yo no voy a poder olvidar nunca, aquella
manifestación de duelo cuando llevamos al cementerio el cadáver de los
obreros asesinados por la guardia. Tú me acompañaste entonces, me
ayudaste a llevar la bandera de la Facultad porque ningún otro
estudiante había tenido valor para asistir al desfile por miedo a la
represión del gobierno; esas fueron las primeras veces en que reflexioné
en este país y sus condiciones políticas. Comencé a ver claro que los
estudiantes no íbamos a ser capaces, desde nuestro alto sitial
universitario de llevar a cabo un cambio revolucionario; tampoco olvido
que tú ya me lo habías advertido, tu habías pasado por esa experiencia
de ver como los falsos líderes universitarios arengaban al pueblo, y
como este pueblo respondía con valor en todo momento, pero al llegar la
hora de las pruebas en los momentos culminantes, cuando se sentía en las
espaldas el calor de los fusiles, esos “líderes” de salón se escondían y
se protegían de la cárcel y de la muerte, mientras el pueblo era
masacrado una vez más, ¿no fue así que ocurrió en los tiempos en que tú
luchabas contra la tiranía de Lemus?
Yo no quería tampoco ser payaso ni
falso líder, yo no quería engañar al pueblo y llamarlo a luchar con las
manos vacías para esconderme en el momento del enfrentamiento. La
universidad era un refugio, un escondite, una protección, creí entonces
que había que buscar otro camino, no fue una reflexión que hiciera yo
sola, para entonces tenía mi grupo social cristiano en la universidad y
había en él personas que hablaban el mismo lenguaje que yo, que sentían
la misma decepción y que veían con claridad los mismos problemas y se
esforzaban por hallar una solución.
Casi todos estábamos en
los últimos años de nuestras carreras universitarias, habíamos batallado
en la universidad porque creíamos que era un deber revolucionario
cambiar las estructuras universitarias, y despojarlas de sus ropajes de
falsedades para hacer un estudiantado combativo que diera al país
profesionales honestos, pero aquella lucha dolorosa no tenía destino
porque estaba aislada, y llegamos a una conclusión irrefutable: la
universidad no era más que el reflejo de lo que ocurría en todo el país,
a ella sólo tenían acceso los privilegiados, los hijos de los obreros y
los campesinos jamás iban a llegar a ella y aunque se le diera vuelta a
la universidad entera, no iba eso a cambiar en nada las condiciones
socio-económicas del país, y aunque se formaran profesionales
revolucionarios estos al salir servirían al sistema capitalista y no al
pueblo, nadie mejor que un estudiante de derecho para darse cuenta que
en la Facultad de Jurisprudencia te enseñan a defender la propiedad
privada y los privilegios de las clases dominantes, te preparan para ser
un buen defensor del sistema burgués y capitalista en que vive el país,
pero se cuidan muy bien de hablarte de los derechos del pueblo, de
leyes agrarias, de la obligación de luchar por la superación del pueblo.
Decidimos entonces que había que pasar del plano meramente estudiantil
al plano nacional.
¿Qué hacer? ¿Crear un nuevo partido político o
afiliarnos a algunos de los ya existentes? Consideramos con sobrada
razón que no éramos una fuerza suficiente para dar nacimiento a una
nueva entidad, carecíamos, además, de experiencia, y por otro lado, nos
pareció que no era conveniente dividir aún más lo que para entonces eran
las “fuerzas de oposición”, como social cristianos, nos sentíamos
ideológicamente inclinados por la democracia cristiana, pero no creas
que no teníamos en contra del PDC muy serias críticas y aquí debo
confesarte que yo sabía perfectamente que tú tenías la razón cuando me
acusabas de estar en un partido de pequeños burgueses que no iban a
hacer la revolución, sin embargo, creía que parecía haber una nueva
oportunidad en la juventud, la JDC, después de todo, parecía ser un
organismo de choque dentro del partido, fue entonces cuando se me dio
también la oportunidad de mi viaje por Sudamérica, aquello fue algo
definitivo, que terminó de darme elementos para madurar mi pensamiento
político y social.
Ví con mis propios ojos que toda América se batía por
su liberación. El viaje me fue gestionado porque yo había pedido mi
ingreso a la Juventud Demócrata Cristiana (JDC) y me enviaron a un
seminario de formación; es irónico, yo que estaba comenzando a entrar en
la Democracia Cristiana (DC) aprendí en ese seminario que tampoco ese
era el camino, me debatí en muchas confusiones. En el curso que
recibimos conocí a una chica argentina “Elvira”, ¿recuerdas? (Tanto
como yo te hablé de ella en mis cartas) que era de la juventud Cordobesa
(la patria del Che) y estudiante de leyes como yo, aquella sí era una
ferviente combatiente del socialismo, de ella aprendí mucho más que de
todas las clases que nos impartieron los señores del gobierno, yo me
hice la tonta ilusión de que si bien, “los viejos” del partido en toda
América estaban con una dirección francamente desarrollista, la juventud
representaba una cara nueva, hablaban como aquella chica argentina que
decía verdades como templos y durante todo el curso fuimos unas
ardientes jovencitas y nos encaramos con todos los profesores atacando
todo lo que nos parecía reaccionario y a lo que nos olía a influencia
del desarrollo capitalista.
También había allí una chica peruana y una
guatemalteca que me hicieron admirarlas por sus posiciones de izquierda,
y así fue que a pesar de la decepción que me dieron los gobierno de DC
en Chile y Venezuela mi contacto con la juventud desde aquellos
partidos me hizo creer en el espejismo de que las juventudes podíamos
luchar dentro de los partidos y obligarlos a orientarse hacia un
verdadero esquema socialista.
En los últimos días de mi viaje, sobre
todo en Santiago de Chile, presencié un fenómeno que me hizo pensar,
pero que no fue lo suficientemente analizado por mí, porque ya había
decido ingresar a la juventud DC de El Salvador, se trataba de que la
juventud Demócrata Cristiana de Chile se había dividido y un buen grupo
de los mejores elementos renunciaban al partido por no representar los
intereses socialistas del pueblo, lo mismo ocurría en Argentina y
Venezuela e igualmente en Colombia, donde además se había formado el
grupo “Golconca” de sacerdotes y socialcristianos, en su mayoría, que
apoyaban las guerras y seguir el ejemplo del cura Camilo Torres.
Sin
embargo, yo no estaba del todo madura para formarme una idea exacta de
todo aquello con relación a mi país, lo que comprendía claramente, eso
sí, era que sólo en forma organizada sería posible hacer algo valioso,
pero, yo desconocía la realidad política de mi país, me había pasado
todo el tiempo en la universidad y no había vivido la política nacional,
no tenía experiencia al respecto, y en el fondo temía que si me
declaraba en contra de la DC me iba a tener que quedar en el aire,
porque en el país sólo habían dos alternativas: la DC o el Partido
Comunista, este último me había decepcionado profundamente a través de
sus actuaciones en la universidad, te asombrará si te digo que los dos
primeros años de universidad estuve a punto de enrolarme con AEU, la
fracción marxista de Derecho, creo que era, entonces, el grupo que
despertaba mi simpatía, pero con el correr del tiempo me di cuenta que
por mucho que se dijeran revolucionarios no lo eran, vivían igual o
mejor que los burgueses y tenían actitudes contradictorias entre sus
ideas y su vida; eran quizás más honestos los socialcristianos, tampoco
me preocupé mucho por profundizar en los fundamentos ideológicos de la
doctrina política y del marxismo, como en la práctica los veía tan
decepcionantes no me atrajeron nunca más y aunque no fui anticomunista y
tuve muy buenos amigos entre los camaradas, me situé con el grupo de
socialcristianos donde al menos se trabajaba con sinceridad y entusiasmo
y porque de veras estábamos empeñados en buscar el verdadero camino de
la revolución que llevaría al país a la construcción del socialismo.
Hubo
entonces algo más, mientras yo estaba en Chile se desató aquí una
guerra estúpida, fue el primer hecho político que me tocó analizar desde
una nueva perspectiva, me vi obligada a hacer un serio recuento de la
vida política del país, porque en Chile la gente es altamente politizada
y no puedes contestar tonterías ni dar respuestas evasivas, me esforcé
lo indecible por buscar las razones reales, las causas de un conflicto
tal y mi análisis aunque débil y carente de muchos elementos de juicio,
no estuvo del todo equivocado, llegué a la conclusión de que siendo como
eran El Salvador y Honduras, dos países sometidos a los intereses de la
oligarquía criolla y el imperialismo norteamericano, esa guerra tenía
necesariamente que ver con ellos, dije que a mí me parecía que los
ejércitos y los gobiernos altamente desprestigiados, creían ver en este
conflicto (provocado o no por ellos mismo, recordé a Julio Rivera y su
metida de patas de enviar soldados a la frontera) una buena oportunidad
de justificarse, de solidificarse como institución y de garantizarse
muchos años más en el poder.
Mi sorpresa no tubo límites cuando volví y
encontré a todo el mundo en “psicosis de guerra”, me consideraron poco
menos que traidora, mamá me llamó comunista o algo peor, porque al fin y
al cabo, los comunistas, aunque habían comenzado diciendo lo mismo que
yo, habían terminado por seguir la corriente y estaban de acuerdo con la
guerra (otra prueba más de lo que eran sus argumentaciones
ideológicas). Esa misma noche de mi regreso comprendí el abismo que
había entre mi forma de pensar y la de mis familiares y amigos, opté por
callarme, pero me mantuve firme y no me dejé engañar por la campaña
publicitaria, el tiempo ha venido a darme la razón, la guerra fue un
engaño y tan solo dio beneficios al ejército y los gobiernos títeres de
ambos países, y a los otros les dejó organizado un centro nacional de
informaciones que es ahora un asqueroso instrumento al servicio de la
ideología burguesa y que controla todos los medios de difusión para
lavarle el cerebro a todo el mundo como lo hizo en tiempo de la guerra.
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