Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo.
Y unos sollozando
y otros en silencio
de la triste alcoba
todos se salieron...
GUSTAVO ADOLFO BECQUER, no pudo describir mejor hace más de cien años, lo que ocurrió la noche del sábado en su casa de Richmond, California.
La atmósfera sombría que rodeaba aquel aposento en conjuncion con los sollozos, las caras tristes y las miradas confundidas, llevaba a mi espíritu una aura de muerte.
Y allí en la cama ortopédica se encontraba el cuerpo sin vida de quien fue una mujer alegre. Una alma que vino al mundo a divertirse y a hacer las cosas asu manera no importando el precio a pagar...
Si es la vida el precio...Usted dele que aquí se vale de todo.
Cuarenta y ocho años inmersos en un cadáver, aderezados con la tristeza de una madre anciana y unos hermanos que allí estuvieron hasta el último momento haciendo depósitos para su banco de karma.
Qué se puede decir en una situación como esta? Nada. Estar allí es más que suficiente. Compartiendo los recuerdos y consolando con palabras que por repetidas ya no hacen ningún efecto en las almas compungidas.
Mientras tanto, allí en la cama se hallaba maquillada, el rostro adusto que todavía reflejaba el dolor que sin embargo ya había quedado atrás, una mujer dormida que ya nunca iba a despertar.
En la cama una muerta recordándome a cada instante que tarde o temprano, quizás más temprano de lo que yo creo, me va a tocar ser el centro de atención por excelencia...el del viaje sin retorno...el del destino común de todo lo que vive...la antinomia de la vida. La verdad de verdades...
Cuando llegaron los paramédicos a llevarse el cuerpo vino el drama...el griterío, la agonía, la negación, el lamento sin nombre, el llanto sagrado.
Y los besos en su frente helada no se hicieron esperar. Pero ya no dijo nada...
Fue el sábado pasado...el pasado...
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