Estamos en la víspera del hecho más trascendental en la historia de nuestro país, la canonización de nuestro primer santo en la lista de nuestra Santa Madre Iglesia.
Como salvadoreño, pero especialmente como alguien que conoció, respetó y reverenció a Monseñor Romero, no puedo más que tratar de contener el llanto de alegría que nubla mis pupilas, al recordar que aún sin ser elevado a los altares, él ya había intercedido ante el Todopoderoso para concederme el favor que de corazón le estaba yo pidiendo.
Y mañana culmina el proceso que por innumerables razones había dilatado por tanto tiempo. De mañana en adelante El Salvador, tiene un santo, una voz que continúa hablando para los sin voz, ahora a los oídos de Dios.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario