El Mágico González, nacido en El Salvador, Jorge González fue un jugador que podría haber llegado a los más alto del estrellato, pero en cambio eligió vivir a su manera y ser feliz.
“No me gusta tomarme el fútbol como un trabajo. Si lo hiciera no sería yo. Sólo juego por divertirme”. Jorge González podría haber sido uno de los mejores jugadores de todos los tiempos. Todos aquellos que alguna vez compartieron cancha con él coinciden en que hubo pocos jugadores -o quizás ninguno- con su talento y capacidad técnica. Tenía todo para ser una leyenda mundial, menos una cosa: ambición. El Mágico quería jugar a la pelota pero no quería entrenarse, quería hacer goles los domingos pero además salir a bailar los sábados, quería gambetear pero también quería dormir hasta tarde. Quería jugar pero no quería ser parte del circo del profesionalismo. Era un bohemio, era un fenómeno.
“Reconozco que no soy un santo, que me gusta la noche y que las ganas de juerga no me las quita ni mi madre. Sé que soy un irresponsable y un mal profesional, y puede que esté desaprovechando la oportunidad de mi vida”. González no fue un futbolista normal. No fue el típico muchacho que dejó todo para llegar a primera, que hizo sacrificios indescriptibles por cumplir su sueño, que “trabajó” para llegar a lo más alto. Él no necesitó nada de eso, pudo continuar con su vida normal y al mismo tiempo brillar en las canchas de Europa. Era tan grande su talento que le perdonaban sus salidas, sus ausencias y su indisciplina porque sabían que dentro del campo de juego era capaz de todo.
Onésimo Sánchez jugó, entre otros, al lado de Ronald Koeman, Michael Laudrup, Josep Guardiola, José María Bakero, Robert Prosinecki, Eusebio Sacristán y Bebeto, sin embargo, no duda en afirmar que el mejor futbolista con el que compartió equipo fue Jorge González. “El Mágico era un jugador diferente desde que entraba al vestuario hasta que salía a la cancha. Por todo, pero más que nada cuando tenía la pelota en su poder. Es algo que yo no he vuelto a ver jamás. Su nivel técnico y físico eran de otro planeta”. Es sólo un ejemplo, porque muchos de quienes fueron sus compañeros piensan en la misma dirección. La frase “si jugara hoy valdría lo mismo que Messi o Cristiano Ronaldo” se escucha en cada testimonio.
El Mágico era hábil, veloz, inteligente y fuerte. Podía quebrar la cintura en una baldosa y también meter un pase-gol justo. Era flaquito, casi insignificante desde su presencia física, pero volaba y cuando tenía que chocar lo hacía sin miedo y con una fuerza inexplicable. Tenía todo, adentro de la cancha era igual de crack que otros nombres mucho más glamorosos. Pero su corazón centroamericano y su poca voluntad para crecer en un fútbol super profesional no le permitieron llegar adonde su talento merecía. Pese a esto, nunca se arrepintió, porque fue feliz. Tan simple como eso.
“Si el entrenamiento era a las diez, él venía a las once, si era a las once, venía a las doce. Yo le regalé un despertador gigante del Pato Donald pero no sirvió para nada. Entonces, un día llamé a una orquesta de flamenco. Fui a la puerta del cuarto con todos los músicos, que empezaron a cantar: Ay Mágico, ven a entrenar, te estamos esperando. Al ratito, él abre la puerta despacito y dice: Me levanto porque me gusta la música”. Héctor Veira tuvo la fortuna de entrenar al Mágico en el Cádiz de la temporada 90-91 y siempre elogia sus enormes capacidades técnicas, aunque también lo califica como un “vago hermoso”.
“No me gusta tomarme el fútbol como un trabajo. Si lo hiciera no sería yo. Sólo juego por divertirme”.
El entrenador que más tuvo que lidiar con González fue David Vidal, quien lo llevó a Cádiz después de la Copa del Mundo de España 1982, en la que El Salvador perdió los tres partidos. “Fumaba y bebía, pero yo no me metía en su vida. Era un infeliz, un incauto, pero también una buena persona, nunca alzaba la voz. Lo que pasa es que de 30 días que tenía el mes se entrenaba 15. De repente, se pasaba ocho días sin pasarse por los entrenamientos. Cuando llegaba, le preguntaba dónde se había metido. Me decía que había tenido muchas cosas que hacer y que no podía entrenarse”. Cuando uno ve entrevistas al Mágico se puede apreciar esa picardía. Siempre que lo acusan por su falta de disciplina, él sonríe y desmiente todo. Son excusas inocentes, que hacen aún más entrañable a su figura.
Cádiz es una de las ciudades más alegres de España. Ubicada en el extremo sur del país, más cerca de África que de Barcelona, es reconocida por su carnaval y por su música. El flamenco inunda las calles de este pueblo andaluz que tiene en el Mágico González a uno de sus hijos adoptivos predilectos. Es que este salvadoreño fiestero encontró en Cádiz un sitio ideal para desplegar su fútbol. Allí se sintió cómodo y, aunque sufrió al comienzo y tardó en adaptarse, encontró un contexto mucho más benévolo que en cualquier otra ciudad europea. De hecho, nunca quiso irse y hasta jugó mal a próposito en una prueba para no ser vendido a Atalanta de Italia. “Elegí Cádiz por mi forma de pensar, por mi filosofía. Era un club pequeño pero grande para todos los cadistas”.
Hizo su debut profesional a los 17 años en ANTEL, donde se ganó el apodo que lo acompañó el resto de su vida. En un partido frente a Deportivo Águila, tuvo una actuación consagratoria y el comentarista Rosalío Hernández Colorado lo bautizó como El mago. Luego jugó un año en Independiente Nacional y en 1977 llegó a FAS, donde ganó sus primeros títulos. Allí estuvo hasta el Mundial 82. Cuando lo vieron en España ya era un verdadero ídolo en su país, por eso a nadie le sorprendió que lo fichara un club europeo. Todos sabían que era un muchacho con algunos problemas de atención, pero su talento era demasiado grande como para ponerse a pensar en algo tan poco importante como la disciplina. Equipos como Atlético Madrid y PSG pusieron sus ojos en él, pero terminó en Cádiz porque un club más grande era “demasiado compromiso”.
“Fumaba lo normal, sólo cuando me tomaba alguna copa, un par de cigarrillos…” Nunca dejó sus vicios. O sus gustos, mejor dicho. Jamás ni siquiera lo intentó. Él disfrutaba jugando pero también lo hacía en los boliches gaditanos. Muchas veces, el director técnico Vidal tenía que salir a buscarlo por las discotecas y él se escondía en la cabina del disk-jockey. “A la noche hay que respetarla, es un asunto serio. Hay que saber andar en la noche. Es un arte”. Se llegó a decir que González había contratado a una persona especialmente para que lo despertara, cuando sus llegadas tarde se convirtieron en un serio problema de convivencia con entrenadores y dirigentes.
En 1984, Barcelona se interesó en su fichaje, entonces decidió realizar una gira por Estados Unidos para que el Mágico tomara contacto con el equipo y se conociera sus compañeros, entre los que estaba Diego Maradona. Se dice que el club catalán decidió no contratarlo porque una mañana comenzó a sonar la alarma de incendios del hotel de California y el único futbolista que se quedó en su cuarto fue el salvadoreño, que para colmo no estaba sólo sino en compañía de una señorita. En cambios, su propia versión de los hechos dice que no terminó jugando en Camp Nou porque se fue César Luis Menotti.
Su indisciplina representó un problema para las figuras de autoridad de Cádiz desde el primer día. A ningún jugador le gusta mucho entrenarse, pero Jorge lo detestaba, era más fuerte que él. Nunca llegaba a tiempo a las prácticas y muchas veces ni siquiera iba. Por eso tuvo que pagar fortunas en multas y hasta en ocasiones la dirigencia lo sancionaba con partidos sin jugar, lo que provocaba grandes críticas entre los hinchas, que sólo iban al estadio Ramón de Carranza para verlo al Mágico. El malestar institucional del club gaditano alcanzó su pico en 1985, cuando decidió cederlo al Valladolid de Vicente Cantatore, donde sus problemas se profundizaron más. Allí sufrió demasiado, sus salidas nocturnas se hicieron más habituales y también comenzó a beber mucho más: “Fue un año en el que hice todo lo que no es debido”. Una temporada después regresó a su hogar y volvió a deslumbrar. Aunque nunca dejó la noche, por supuesto.
“A la noche hay que respetarla, es un asunto serio. Hay que saber andar en la noche. Es un arte”.
El Trofeo Ramón de Carranza es mucho más que un simple certamen amistoso de verano para Cádiz. Es la oportunidad de jugar contra rivales de envergadura y de presentar el equipo ante la hinchada. En 1984 enfrentó a Barcelona en el partido por el tercer puesto. González volvió a llegar tarde, pero esta vez no a un entrenamiento sino al partido, y el juego comenzó sin él. Por supuesto, el primer tiempo finalizó 3-0 en favor de los catalanes. Pero en la segunda parte ingresó el Mágico para marcar dos goles y dar dos asistencias. Aquel fue el mejor partido de su vida. La leyenda dice que llegó un poco pasado de copas, pero él lo desmintió tantas veces que hay que creerle.
Su carrera europea comenzó a terminarse en 1989, cuando debió enfrentar una denuncia por violación de una joven de 22 años llamada María del Carmen Coca. El Mágico fue a juicio y terminó absuelto, pero todo el proceso judicial se llevó buena parte de su alegría. En 1991 regresó a El Salvador y en su patria volvió a sentir alegría dentro de una cancha. Allí jugó hasta el año 2000, cuando se retiró jugando para la Selección nacional.
“Sé que soy un irresponsable y un mal profesional, y puede que esté desaprovechando la oportunidad de mi vida, pero así era yo… Era un dejado, era una cosa más fuerte que vos… Siempre llegaba de último, llegaba tarde. Quería ser disciplinado, pero no podía”. Jorge González fue feliz jugando al fútbol pero siempre vivió con la sensación de que podría haber llegado mucho más lejos de lo que llegó. Lo que sí está claro es que si hubiese sido responsable y profesional, hoy no sería Mágico.