Esa convicción que tenemos en El Salvador de que cuando se muere alguien siempre se lleva a otro de su categoría, tiene coincidencia asombrosas.
Se dio el 23 de abril de 1616, cuando los gigantes de la literatura universal Miguel de Cervantes y William Shakespeare, se fueron del mundo dejando una estela de humanismo que influye la cultura del mundo hoy, con el mismo ímpetu que entonces.
Se dio el 25 de junio de 2009, cuando dos súper astros americanos, uno de la música popular y otra de la pantalla grande, Michael Jackson y Farrah Fawcet, también se fueron del mundo dejando atrás una huella de alegría para cuerpos, almas y espíritus.
Y se da hoy con el deceso de dos notorios terroristas, Osama Bin Laden en Pakistán, y René Emilio Ponce en El Salvador, cuya presencia en el mundo dejó una amarga secuela de dolor, angustia y terror en miles de gentes en el mundo.
Para las nuevas generaciones o para los no salvadoreños que lean estas líneas, el nombre de René Emilio Ponce puede significar muy poco, casi nada. Pero para los que vivimos en carne propia la persecución, el desaparecimiento, el asesinato y el destierro, el nombre del general René Emilio Ponce todavía hace recorrer escalofríos en la espina dorsal.
Baste decir que una Comisión de la Verdad nombrada por la ONU, lo encontró responsable de uno de los crímenes más execrables de la historia de la humanidad: el despiadado asesinato de seis sacerdotes jesuitas y dos mujeres asistentes, en noviembre de 1989, y ya no se hable más.
Hitler, Osama y Ponce: ya hay un buen trío en el infierno para darles serenata a los demonios.
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