CUANDO el teléfono me sonó por segunda vez lo respondí apresurado, ya manejaba sobre la University Avenue en la histórica ciudad de Berkely aquí en el norte de California, y podía decirle a Rafael que ya andaba en el área, que solo andaba buscando un lugar donde estacionar. La primera vez no le había repondido pues iba a velocidad de crucero sobre la autopista.
Habían pasado unos treinta y dos años desde la última vez que habíamos platicado con mi amigo Rafael Alvarez en la colonia Atlacatl de San Salvador y ambos estábamos ansiosos de reinaugurar nuestra amistad, una amistad que había nacido en el colegio Don Bosco allá por 1966.
Como todo el que me conoce sabe, yo estudié en colegios de clase media en El Salvador, pero mi extracción social era de clase baja, de manera que algunos de mis compañeros en el Don Bosco siempre me trataron con mucha cordialidad, pero con un cierto grado de incosciente desdén que, aunque nunca me quitó el sueño, me hizo también a mí verlos diferente a ellos. Pero con Rafael Alvarez nunca fue ese el caso.
De modales finos y brillante inteligencia, su mirada siempre mostraba genuino interés en lo que hacíamos o le decíamos nosotros. Su suave voz siempre la hizo acompañar de una franca sonrisa y una palabra de ánimo por nuestros proyectos, o un elogio por algún logro académico. Además de compañeros de áula, también lo fuimosa en el equipo de basketbol de segunda categoría del colegio.
Cuando en 1970 mi madre decidió que me debía graduar del colegio Salvadoreño Alemán por seguir una tradición de familia, lo cual acepté de muy buen grado, no dejé de lamentar el ya no ver a algunos compañeros del Don Bosco, entre ellos a Rafa Alvarez.
El tiempo pasó y salvo en esporádicas ocasiones así como las veces en la colonia Atlacatl, ya no volví a contactar con mi entrañable compañero, hasta que un buen día escudriñando en el milagroso intenet, encontré un nombre parecido al suyo, me aventuré a contactar vía email y, para mi fortuna, ¡Bingo! Era mi querido compañero quien de inmediato me recordó y para mayor fortuna, nos dimos cuenta que éramos casi vecinos pues vive en una ciudad cercana a San Rafael. Luego de intercambios de emails y llamadas telefónicas, y después de varios intentos frustrados por encontrarnos, al fin el pasado lunes 9, estaba a minutos de estrecharle en una abrazo fraternal.
Como todo aquel que te conoce de antaño no olvida tus pasiones, Rafa me trajo a este encuentro unos portavasos con imágenes de los Beatles porque quién que no es mi amigo sabe de mi manía? Por mi parte, hace ocho años compré en Liverpool, Inglaterra, unos souvenirs de los Beatles que había conservado para cuando apareciera la persona que se lo mereciera, y qué mejor ocasión que ésta, uno de ellos fue para Rafa.
Caminamos hacia la única pupusería que existe en Berkely, llamada peculiarmente Plátano, y además de las pupusas y los plátanos con crema, nos comimos la tarde en un abrir y cerrar de ojos sin que la conversación tuviera visos de terminar, como siempre sucede con viejos camaradas.
Hablamos de nuestros días del colegio, de nuestros compañeros, del giro que habían tomado nuestras vidas en El Salvador y la necesidad que nos impulsó a vivir en Estados Unidos, de las desilusiones con la izquierda salvadoreña, de las preciosas vidas de nuestros compañeros que se desperdiciaron por una idea que jamás se dio.
En fin, hablamos de todo, menos de fútbol, porque el pobre Rafa es fasista, pero él no tiene la culpa, al fin que nadie es perfecto en este valle de lágrimas☺.
Hasta que llegó el momento de regresar a casa. Antes de despedirnos me dijo con su sempiterna sonrisa y natural franqueza "Alfredo, dejame decirte que me siento muy orgulloso de ser tu amigo..." y mi respuesta: "Rafa, yo no solo me siento orgulloso de ser tu amigo, sino muy agradecido con Dios por haberme regalado un amigo de tu categoría."
Como entre amigos no hay despedidas y sus conversaciones nunca terminan, acordamos la próxima vez reunirnos con nuestras familias.
Otro fuerte abrazo, y al camino.
Otro fuerte abrazo, y al camino.
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